La mayoría de los alumnos cree que aprender debería ser sencillo y entretenido. Y la verdad es que, si bien la clase debe ser interesante, aprender requiere de un esfuerzo por parte del alumno.

Seguro recordarán la frase “las raíces de la educación son amargas, pero sus frutos, dulces”, y así es: aprender requiere de alumnos que estén dispuestos a concentrarse, a repetir ciertas habilidades hasta que logren manejarlas, a hacer deberes en lugar de salir a jugar con los amigos, a escuchar al docente en lugar de contar chistes…es decir, necesitan salir de su zona de confort.

Algunos alumnos, frente a un desafío, pueden adaptar sus estrategias cognitivas para generar un cambio positivo. Sin embargo, otros alumnos, frente a un desempeño bajo, en lugar de asumir la responsabilidad, se empeñan en culpar a su docente, al tiempo o a factores externos, y no toman conciencia de que pueden modificar su desempeño a través de sus decisiones y estrategias. Estas dos conductas diferentes tienen que ver con la autorregulación, y también debe enseñarse.

Qué aprendemos, cuándo lo aprendemos y por qué lo aprendemos se esconde detrás de las emociones. Las emociones son parte de nuestra vida. Interactúan con las habilidades cognitivas y pueden afectar la capacidad de tomar decisiones, de razonar, de recordar y hasta la disposición por aprender.

Las funciones ejecutivas y las habilidades de autorregulación o autodisciplina son un proceso mental que nos permite planificar, concentrarnos, evitar las distracciones, recordar instrucciones, priorizar, y hacer varias cosas al mismo tiempo de manera efectiva.

De la misma manera que una torre de control en un aeropuerto coordina de manera efectiva las llegadas, las partidas y el tráfico de los aviones, necesitamos de esa habilidad para hacer lo mismo: evitar distracciones, priorizar tareas, inhibirlos impulsos negativos y lograr los objetivos que nos proponemos. La autorregulación le permitirá al alumno lograr sus objetivos.

Cuando hablamos de autorregulación nos referimos, entonces, al control que realizamos sobre nuestros pensamientos (metacognición), acciones (manejo del impulso), emociones (reconocerlas y autogestionarlas) y motivación (sostener el interés y la concentración).

Los niños no nacen con estas habilidades, pero sí con el potencial para desarrollarlas, pero requieren de tiempo y de entornos favorables.

Muchas veces, aun los mejores educadores la confunden con una conducta disruptiva, cuando en realidad lo que le pasa al alumno es que le cuesta concentrarse y por eso se distrae.Esto no es mala conducta, sino que muestra que el alumno no posee las herramientas necesarias para autorregularse. Si se juzga este accionar sólo como una distracción, no se irá más allá de verlo como una conducta disruptiva.

Un alumno con autorregulación puede:

  • Dejar el celular y ponerse a trabajar cuando se lo indican.
  • Volver del recreo cuando suena el timbre sin que se lo repitan varias veces.
  • Resistir el impulso de contestar mal, pegarle a otro alumno o gritar cuando no se lo escucha.
  • Sostener el foco y la concentración aun cuando existan distractores.

Son alumnos que:

  • Son conscientes de sus propias habilidades y necesidades.
  • Pueden establecer metas personales razonables.
  • Pueden manejar cierta flexibilidad y pueden adaptarse.
  • Pueden organizarse, enfocarse, planificar.
  • Pueden inhibir impulsos negativos y aprender de las consecuencias.

¿Quiénes poseen dificultades en el desarrollo de la autorregulación?

  • niños con trastornos neurológicos.
  • niños de entornos adversos con altos niveles de estrés.
  • niños que no han tenido apego con adultos importantes en sus vidas.
  • niños que no han tenido la oportunidad de tomar decisiones y manejar cierto control en su vida.

A estos niños “los vemos como”:

  • Disruptivos.
  • Controladores.
  • Destructivos.
  • Apáticos.
  • Con poca atención o concentración.
  • ¡Son los que siempre terminan en la oficina del director!

Pensemos en esta situación:

A Juan le encanta jugar al vóley en el recreo. Un día, cuando suena el timbre, corre junto a sus compañeros al patio y se da cuenta de que la red de vóley no está. Juan busca a su maestra y le explica que sin la red no pueden jugar. La maestra le pide que busque otras opciones para ese recreo mientras ella tratará de conseguir que vuelvan a colocar la red para el siguiente. Al nene de 8 años le toma todo el recreo calmarse. De hecho, cuando suena el timbre para volver al aula, Juan sigue con cara larga.

Cuando aparecen situaciones como estas, ¿qué hacemos?¿nos enojamos con los alumnos, dejamos que se arreglen por su cuenta, o comprendemos qué les pasa y les damos herramientas para calmarse? ¿Qué sería lo mejor?

  • Si un niño no sabe sumar, ¿qué hacemos? Le enseñamos.
  • Si un niño no sabe nadar, ¿qué hacemos? Le enseñamos.
  • Si un niño no sabe manejar sus emociones, ¿qué hacemos? ¿lo retamos o le enseñamos?

Las emociones determinan cómo nos comportamos, qué decisiones tomamos y cómo nos relacionamos. De la misma manera que enseñamos competencias cognitivas, debemos trabajar los aspectos socio-emocionales para la vida.

La Inteligencia Emocional es la capacidad de entender y encaminar nuestras emociones para que estas trabajen para nosotros y no en contra, lo que nos ayuda a ser más eficaces y a tener éxito en distintas áreas de la vida. Todos tenemos un potencial y podemos mejorar. El objetivodeberíasermostrarlesaloschicoscómopuedenavanzarydesarrollarsupotencialparallegarala realización de sus habilidades.

Las personas con habilidades emocionales bien desarrolladas tienen más probabilidad de sentirse satisfechas, ser eficaces en su vida y de dominar los hábitos mentales que favorecen su propia productividad.

Las personas que no pueden poner cierto orden en su vida emocional entran en batallas interiores que sabotean la capacidad de concentración en el trabajo y de pensar claramente.

Pensemos en otro ejemplo simple, de algo que puede suceder en el hogar: un niño que intenta, por sus medios, atarse los cordones, y que frente al apuro de los adultos son ellos quienes terminan haciendo la tarea, los priva de ser conscientes de sus posibilidades y alimentar su autonomía. Esta es una enseñanza muy importante para ellos. A través de la retroalimentación (feedback),estamos apoyando no solo la mejora en cualquier ámbito, sino además la autorregulación, la motivación, el fijarse objetivos, el aceptar la crítica para mejorar, llevando a los niños de su potencial a la realización.

Lo que debemos lograr es que los niños estén motivados por aprender, no por recibir premios o una nota. La nota es como un café. El efecto de la cafeína te ayuda a seguir un poco más, hasta que se acaba. Cuando la nota se usa como factor motivacional externo, el alumno pierde el interés intrínseco por la actividad. Por el contrario, realizar una tarea que nos gusta puede generar nuestra propia recompensa intrínseca.

Si lo que buscamos es mejorar la motivación intrínseca de los chicos, no debemos concentrarnos en sistemas de control externos.

El buen feedback, por el contrario, los conecta

con la motivación intrínseca y sus deseos de mejorar. Cuando los niños intentan nuevamente una actividad y reciben feedback —o la oportunidad de autocorregirse—, no solo aprenden más, sino que también recuerdan más. Además, les damos una lección muy importante: al no esperar la perfección la primera vez, estamos acentuando la noción de que podemos mejorar, aprender y ser cada vez más inteligentes. Debemos enseñarles que el éxito requiere de esfuerzo y trabajo. Lo que queremos es que aprendan. Aprobar vendrá por añadidura.

En los tiempos actuales en los que los niños están tan sobre-estimulados, enseñarles a calmar la mente y centrar la atención desde etapas tempranas afectará positivamente a su salud y bienestar a largo plazo, y mejorarán sus relaciones personales y sus resultados académicos.

La responsabilidad del colegio en la educación emocional de sus alumnos es fundamental e ineludible y comienza, en primer lugar, por una disposición positiva por parte de los directivos, para luego apuntar a la necesidad de una capacitación permanente de los docentes, así como también apoyar a los padres a través de la Escuela de Padres. Para realizar la importantísima tarea de desarrollar habilidades emocionales en niños y jóvenes, se requiere en primer término, de interés y buena disposición,

Al hablar de aprendizaje integral, sumamos al aprendizaje académico las competencias socio-emocionales tales como  la inteligencia emocional, el aprendizaje del servicio, las ciencias cívicas, y la educación del carácter.

Si lo que deseamos como educadores es que nuestros alumnos sean felices, formen parte de una comunidad y dejen una huella positiva, el trabajo  de las habilidades socio-emocionales sostenido en el tiempo y de manera transversal, resulta imperioso.

Fuente: https://www.perfil.com/noticias/opinion/laura-lewin-emociones-y-aprendizaje-son-un-binomio-indisoluble.phtml