A 50 años del estreno de «Tiburón»

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Tiburón, a 50 años de estreno: un rodaje complejo, una inversión millonaria y “un monstruo” que casi pone en riesgo todo

Este film dirigido por Steven Spielberg marcó un antes y un después en la historia del cine moderno; cómo fue su rodaje y lo que significó en la industria su llegada a la pantalla grande

Leonardo D’Esposito

A 50 años del estreno de Tiburón, un film que marcó un antes y un después en la historia del cine moderno
A 50 años del estreno de Tiburón, un film que marcó un antes y un después en la historia del cine modernoPeacock/Universal Pictures

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Los historiadores pueden decir que el cine cumplirá el próximo 28 de diciembre -nada menos- 130 años. Pero en realidad, el cine de hoy, el contemporáneo, el que la mayoría conoce desde chicos, nació el 22 de junio de 1975, cuando se estrenó comercialmente una película que cambió -para bien o para mal- todo el negocio. Esa película era el segundo largometraje para cines de un jovencísimo Steven Spielberg, incluía la primera gran banda de sonido de John Williams y definió el concepto “blockbuster”, romper las paredes de los cines por la cantidad de gente que iba a verla. Esa película, además, sigue siendo excelente, un clásico, y se llama Tiburón. O, en inglés, Jaws, “mandíbulas”, que cortaron con un mordisco feroz lo que había sido la exhibición cinematográfica hasta entonces.

Spielberg, relajado durante el rodaje de la película
Spielberg, relajado durante el rodaje de la películaThe Grosby Group – Archivo

Se ha escrito mucho sobre lo que implicó el rodaje, pero es interesante pensar que fueron los accidentes, los retrasos y los problemas los que obligaron a Spielberg a madurar un estilo de forma acelerada. La película se basa sobre una novela del experiodista devenido best seller Peter Benchley. En esos tiempos, el Hollywood dorado de la era de estudios era un recuerdo: desde finales de los cincuenta, cuando los grandes productores debieron vender sus propias salas y proponer las películas a un circuito de exhibición que no controlaban, el riesgo de invertir en un film se había multiplicado. Sin contar la enorme competencia de la televisión. El cine no era, ya, el único caudal de entretenimiento audiovisual posible, y la TV, además, era “gratis”. El cine europeo había entrado con fuerza, el porno ya era legal, las películas -Vietman mediante- se habían vuelto mucho más oscuras y había una generación de jóvenes cineastas devotos de la teoría de autor que querían dar vuelta todo como un guante y volver a una nueva era dorada, pero más adulta. Esa generación clave, mil veces mencionada, de Martin Scorsese, Brian De Palma, Francis Ford Coppola y George Lucas que incluía al benjamín Spielberg, y a quienes habría que agregar a William Friedkin, Peter Bogdanovich o el aún guionista entonces Paul Schrader. Todos se habían formado con el maestro de la Clase B y el cine de género Roger Corman, y con la Nouvelle Vague como norte creativo. Spielberg era un poco más clásico y se estaba formando en la televisión, para la que había realizado un largo notable que, en muchos países, se proyectó en cines: Reto a muerte.

Trailer de la película Tiburón - Fuente: YouTube
Trailer de la película Tiburón – Fuente: YouTube

Ya El Padrino, Contacto en Francia y El exorcista habían abierto el camino de producciones capaces de romper periódicamente récords de recaudación. Tenían en común el hecho de tomar la tradición del Hollywood clásico y agregarle un grado de profundidad y pathos contemporáneo único. Eran, además, películas para adultos. El cine familiar aún estaba en otro lado, repitiendo fórmulas ya antiguas o deslizándose a lo pueril. Había nuevos niños: si el mundo era más duro, también ellos necesitaban otro tipo de fantasía. Una de las razones del éxito de Tiburón es que era una especie de film de terror que los chicos y adolescentes -ya conocedores del cine de monstruos- podían ver y disfrutar. Pero esto es algo que nadie pensó entonces, ni siquiera Spielberg. Por esas casualidades de la intersección de los medios y el espectáculo, los productores y socios de Universal Richard Zanuck (hijo del célebre productor Darryl Zanuck) y David Brown leyeron la novela cuando aún no estaba publicada. Ambos leyeron todo en una noche y estaban convencidos de que ahí había una película, y una película grande. E hicieron algo que ya no se hacía: comprar los derechos antes de la publicación. Algo que, cuarenta años antes, había hecho David O. Selznick con otra novela realizada por una periodista: Lo que el viento se llevó. Ambos casos demuestran que, por lo menos hasta los años ochenta, la idea de que un productor no entendía el cine y solo pensaba en el dinero era bastante falsa.

Casi inmediatamente se buscó al director. Pasaron John Sturges (porque había hecho su -floja- versión de El viejo y el mar y “sabía filmar en el agua”), y el casi debutante Dick Richards, que luego haría una gran adaptación de Raymond Chandler con Adiós, muñeca. Ninguno funcionó y llegó Spielberg, que se entusiasmó con la novela porque le veía puntos de contacto (no pocos) con Reto a muerte: la idea de un “algo” indomable que puede atacar a cualquiera en cualquier momento. Ya había terminado el rodaje de su primera película directamente para cine, Loca evasión, e igual dudó un poco en aceptar. Zanuck le dijo: “Si hacés esta película, vas a tener el poder de hacer cualquier otra que quieras”. Visionario, el hombre.

Millones en juego y 45 días de rodaje

Robert Shaw y Roy Scheider y Richard Dreyfuss, los elegidos de Tiburón
Robert Shaw y Roy Scheider y Richard Dreyfuss, los elegidos de TiburónThe Grosby Group – Archivo

Todo listo: presupuesto de casi cuatro millones de dólares (enormidad entonces: el presupuesto original de Star Wars fue de US$ 3,5 millones, aunque terminó en US$ 10 millones) y 45 días se rodaje, con fecha prevista para que no coincidiera con probables huelgas: el convenio colectivo de actores terminaba ese mismo 1974. El elenco tuvo sus vueltas y hubo muchos interesados en el rol de Quint, entre ellos Charlton Heston. Pero era “demasiado pesado” para una película como esta. Quedó Robert Shaw, que acababa de triunfar con la multioscarizada El Golpe. Spielberg en principio no quería a Roy Scheider para el rol del jefe Brody, porque lo veía como un “duro” después de Contacto en Francia, pero se convenció después de una audición. El biólogo Hooper pudo ser Jeff Bridges -terminó haciendo ese rol en la remake de 1976 de King Kong, con Jessica Lange-, pero a sugerencia de George Lucas, Spielberg contrató a Richard Dreyfuss. Que primero rechazó la oferta, pero luego vio su trabajo en El gran canalla, de Ted Kotcheff, aún sin estrenar, y pensó que había estado espantoso, que tras esa película nadie lo iba a contratar nunca más y aceptó hacer Tiburón. El gran… se llevó el Oso de Oro del Festival de Berlín y el premio del cine canadiense de ese año, y el elogio a Dreyfuss fue unánime. Así que el trío protagónico era, entonces, de enorme calidad para “una película sobre un pescado” (Hitchcock -que la odiaba-, dixit).

Pero de no ser por Hitchcock… Hitchcock es el molde de gran parte de la película. Spielberg amaba Los pájaros y era devoto del director (que, según la mitología, lo trató bastante despreciativamente la única vez en que se encontraron). Por lo demás, le importaba bastante poco casi toda la novela, excepto la cacería final. Así que pidió rehacer los dos primeros tercios, eliminó un affaire entre la mujer de Brody (interpretada por Lorraine Gary) y Hooper, reescribió este último personaje casi como un alter ego propio. El monstruo ataca de manera periódica, casi cada diez minutos, en la primera parte, mientras se desarrolla un drama social y en parte crítico. El tiburón potencial, el que devora a la chica en la primera secuencia, es un problema para el pueblo de Amity, que vive del turismo estival, justo cuando comienza la temporada. El jefe Brody es un recién llegado, alguien que dejó la violenta Nueva York por un lugar calmo para sus hijos pequeños -además le tiene miedo al agua-, y de pronto tiene que lidiar con un alcalde que no quiere cerrar las playas, un pueblo preocupado por su futuro y, bueno, el monstruo.

Los primeros dos tercios son, pues, una película de suspenso, casi -y probablemente eso sea lo que más disgustó al Maestro del suspenso- una adaptación de Los pájaros, pero con un solo bicho tremendo y acuático. Hay varias citas a Hitchock (el detallista notará el travelling hacia adelante con zoom hacia atrás para hacerle un primer plano a Scheider, algo que inventó Sir Alfred para Vértigo y hoy es casi un lugar común) y solo la cacería es fiel (o casi) a la novela. Spielberg básicamente hizo lo que quiso con el libro. Benchley, que figura como coguionista, se enojó un poco, se fue del equipo y, luego, volvió. El cuerpo central de la película se basa en borradores de Spielberg y en el guión desarrollado por el humorista Carl Gottlieb. Más algunos agregados: el monólogo principal de Quint, aquel en el que cuenta cómo se salvó de un naufragio en la Segunda Guerra Mundial, era larguísimo. Fue cortado por otro amigo de la “generación Spielberg”, John Milius (luego director de Dillinger y Conan, el Bárbaro, y guionista de Apocalypse Now) y readaptado por el propio Robert Shaw. Es de los mejores monólogos del cine. Nota lateral: a Spielberg se lo reconoce por sus grandes escenas, pero en sus películas abundan esa clase de monólogos; otro magistral es del de Christopher Walken en Atrápame si puedes, el de los ratones y la crema.

Orca se llama la embarcación en la que Brody (Roy Scheider), Quint (Robert Shaw) y Matt Hooper (Richard Dreyfuss) salen a cazar al famoso tiburón
Orca se llama la embarcación en la que Brody (Roy Scheider), Quint (Robert Shaw) y Matt Hooper (Richard Dreyfuss) salen a cazar al famoso tiburónPeacock/Universal Pictures

Algo anda mal…

Y finalmente, el personaje central: el tiburón, rebautizado “Bruce”. Bueno, “Bruce” no andaba, o andaba mal. Un muñeco mecánico grande y pesado que no hacía casi nunca lo que tenía que hacer. En realidad eran tres maquetas para diferentes tipos de tomas; la mayor requería a 14 personas para poder moverlo. Esto retrasaba la producción e incrementaba notablemente el presupuesto. Irónicamente, lo que casi hunde a Tiburón fue el tiburón. Necesitaban un presupuesto más grande y la película, retrasos mediante, terminó saliendo nueve millones de dólares. Lo que llevó a Spielberg a usar todo su ingenio para crear la “idea” del tiburón. Salvo en las secuencias finales -y eso de manera muy breve- solo percibimos a “Bruce”. Es más el leit-motiv de pocas notas que creó John Williams para la película que una imagen. Y la paradoja es que la idea de que puede aparecer en cualquier momento (más el deseo morboso del espectador de ver al monstruo) es lo que sostiene gran parte del suspenso del film, uno de los más virtuosos ejercicios del fuera de campo jamás llevados a cabo.

Tiburón: la música de John Williams - Fuente: YouTube
Tiburón: la música de John Williams – Fuente: YouTube

Hasta aquí estaríamos hablando de cómo fue que se hizo una gran película, pero lo más interesante es qué pasó con su estreno. Después de algunas premiers en abril de 1975, se planeó su gran estreno para junio de ese año. Era promisorio pero, por entonces, nadie pensaba seriamente en lanzar un éxito en el verano boreal. Mucha gente de vacaciones, preferencias por las salidas al aire libre y, sobre todo, una fecha demasiado lejana de los Oscar como para que la Academia recordase a la hora de unos premios que, entonces, sí tenían un peso publicitario -ergo, económico- importante. Sin embargo, Tiburón fue una apuesta a hacer todo lo contrario. El libro se había vuelto un best seller, y su difusión fue paralela a la realización de la película. Todos querían ver en pantalla lo que estaba en el papel. Así que la apuesta era un poco menos arriesgada de lo que parecía. El lanzamiento fue general, en todos los EE.UU. y en 350 pantallas, cifra récord entonces. Todavía había pocos complejos multipantalla; hoy los lanzamientos grandes pueden llegar a 4000, que implica un máximo de un 15% de las posibles en ese país. Lo de Tiburón equivalía a 5000 pantallas de hoy. En verano, cuando nadie se atrevía a lanzar una película. Pero dado que trataba justamente de playas y verano, sincronizaba muy bien con el ánimo público.

“Summer blockbuster”

Ya saben: rompió taquilla. Recaudó 236 millones de dólares de entonces, que equivalen a 1520 de hoy y fue -hasta Avengers: Endgame- la décima película más vista de la historia (hoy está 11). Eso solo en los EE.UU.: el sitio IMDB señala que la taquilla global de entonces se acerca a los 478 millones. Es decir, más de lo que recaudó en su época la primera Avatar. En algunos países trajo problemas: en la Argentina se estrenó el 1° de enero de 1976 (curiosamente, en Malvinas se estrenó en noviembre de 1975), y si bien el desfase de seis meses era normal por cuestiones de lanzamiento y subtitulado (al no haber Internet, no había necesidad de lanzamiento global simultáneo para evitar la piratería), hubo cierta controversia por el precio de la entrada: los productores querían que saliera poco más de un dólar cuando aquí el precio normal era de alrededor de 0,8 dólares por ticket. También llegó en verano (austral) y fue un fenómeno cultural en todas partes. Pero alertó de algo que derivaría, cinco décadas más tarde, en el paisaje cinematográfico de hoy.

Aunque no era una película “para chicos” (su calificación sería nuestro Apta para mayores de 13 actual), fueron familias enteras a verla. Muchas entradas. La mezcla de suspenso y, sobre todo en el último tercio, aventuras soleadas, resultó una especie de novedad y el boca a boca hizo el resto. Podía convertirse en una salida familiar en épocas de receso escolar, y así sucedió. Tiburón (o más bien su éxito) inauguraron el concepto de “summer blockbuster”, esas superproducciones que se lanzan para público masivo entre mayo y agosto, la “temporada alta” de estrenos, y que llaman a toda la familia. Antes de Tiburón, esa distribución de estrenos no existía. Después, se volvió la norma; de allí que celebramos el aniversario en plena “temporada alta”, que hoy se volvió global por la simultaneidad obligada de estrenos. Dos años más tarde, el concepto quedaría definitivamente firme cuando Star Wars se estrenase el 25 de mayo de 1977. Lo que sucedió después se sabe: Spielberg no pararía de quebrar récords en los siguientes 20 años ( Indiana Jones, E.T. y Jurassic Park) y ser, sobre todo en los 80, la figura más influyente en el cine, estética y comercialmente. Y hoy ese concepto comercial familiar pero con guiño adulto es el que manda a la hora de invertir dinero grande en las películas. El tiburón se devoró a Hollywood, para bien y para mal.

Por Leonardo

Fuente: La Nación