Las aplicaciones WhatsApp, Instagram y Facebook Messenger sufrieron esta semana una caída global de unas siete horas que forzó a millones de usuarios a buscar alternativas para poder establecer sus comunicaciones habituales. Fernando Schapachnik, director ejecutivo de la Fundación Sadosky, reflexiona para Télam sobre algunos aspectos de la tecnología actual. 

Por Fernando Schapachnik

La reciente caída masiva del servicio de WhatsApp es una buena oportunidad para preguntarnos sobre algunos aspectos de la tecnología actual. ¿Podría el mail caerse de manera tan masiva?

¿Cuál es la verdadera diferencia entre el mail y el WhatsApp?

La respuesta está en los protocolos utilizados ¿Pero qué significa eso?

En ambas aplicaciones tenemos que distinguir dos elementos que las constituyen, están los «clientes» (o «apps»), que son la parte que tenemos instalada en nuestros dispositivos y se complementan con algo que no vemos: el «servidor» (o los servidores). Este nombre lo recibe la parte de la infraestructura encargada de recibir la información, y de hacerla llegar de un lugar a otro de la red, entre otras cosas. Tanto WhatsApp como el mail tienen sus clientes y sus servidores. Pero hay una diferencia fundamental.

En el caso de WhatsApp, todos ellos pertenecen a una misma empresa. De hecho, el episodio que ocasionó la falla masiva fue, por lo que sabemos, un error humano, una configuración mal hecha. Y como toda la operación depende de esa parte de la infraestructura, al caerse se caen todos los servicios asociados.

Solo WhatsApp Inc puede hacer clientes de WhatsApp, porque el mecanismo de comunicación entre el cliente de WhatsApp y los servidores de la compañía es un secreto comercial. No se difunde esa información ni se autoriza a terceros a hacer sus propios clientes. Mucho menos sus propios servidores de WhatsApp.

¿Podría darse una caída tan masiva con el mail? Es altamente improbable, debido a su naturaleza: en este caso los múltiples servidores que hacen que nuestro correo electrónico llegue de un lugar a otro se encuentran desconcentrados: tienen muchos, muchísimos dueños, de distinto tamaño. Cada uno de ellos es, en buena medida, independiente del resto, porque además de su propiedad los diferencia otra cosa: utilizan software distinto. Hay muchísimos tipos de servidores de mail y también de clientes de mail. Y eso se debe a una de las virtudes de origen de Internet: fue pensada en base a protocolos abiertos. Esto implica que las particularidades técnicas son publicadas en un documento que explica, en detalle, cómo debería funcionar tanto un cliente de mail como un servidor.

En realidad, el protocolo lo que define es cómo hacen clientes y servidores para intercambiar información, dejando de lado aspectos como la forma en la que cada cliente de mail decide interactuar con sus usuarios. Eso permite tener clientes de mail para todos los gustos, hechos por personas diversas, algunos gratuitos, otros parte de paquetes comerciales. Todo eso es posible porque el mail está basado en un protocolo abierto.

Hay varios productos de mensajería instantánea que, basándose en las ideas del software libre, brindan diverso nivel de apertura, incluida la posibilidad de que personas u organizaciones monten sus propios servidores de mensajería (Telegram, Signal, Mastodon, por poner algunos ejemplos) pero en términos de resistencia a fallas masivas y apertura, seguimos estando un escalón más abajo que en el caso de la tecnología que se monta sobre estándares abiertos que permiten la interconexión.

Un país puede tener su propia infraestructura de mail, comunicarse con el resto y seguir funcionando si hay fallas en otros lugares. Los protocolos abiertos son habilitadores de la soberanía tecnológica. Las plataformas cerradas limitan estas posibilidades.

Entender estas diferencias, profundamente conceptuales, entre tecnologías se vuelve cada vez más importante para poder vivir como ciudadanos y ciudadanas de primera, que pueden opinar con voz propia sobre los debates socialmente pertinentes de su tiempo. Por eso es que desde la Fundación Sadosky abogamos por la incorporación en la escolaridad del área del conocimiento que da cuenta de la tecnología clave de nuestra época. No es solo programación: debemos avanzar hacia la incorporación de las Ciencias de la Computación en la escuela.

Fuente: Télam