En este tomo se concentran dos textos que fundan una tradición e inevitable traición al voluntariado idealista en la enseñanza, más allá de la sindicalización, del hambre de maestro de escuela, del choripán endémico post 2001. El profesor Santos supo publicar en 2013 En las escuelas y ahora completa la suma de experiencias con la deformación que avala la emisión de dudosos portadores de saber o profesores. Es atinente advertir algo elemental: el tono, los recursos de este texto, van por la ficción; o peor, en el sentido de sinceramiento o confesión, por el de la novela sociológica que ha fracasado. Pero lo peor no está en estas páginas, ni en la lectura.

Vale decir, la clave con la que Santos describe su experiencia docente es la de un ser frustrado y acorralado por las emociones sufridas, en muchos casos justificadas, en otros secuelas de la indignación humana más elemental. Sinsentido, angustia, desesperación, paranoia, frustración, conforman un entorno perverso producto de la sumisión a cierta superestructura fáctica que no corresponde a ninguna teoría educativa: el campo de acción concreto, el aula en sí y su cruel entorno social.

Pero esta actitud del autor no ocurre por capricho sino por síntoma. La secuela / escuela, el peso que la enseñanza produce en el educador, lo lleva a un sinfín de sufrimientos físicos, patologías como respuesta a la impotencia ante la pared de silencio burocrática, más necia que kafkiana. Así, las situaciones descriptas confrontan con el caudal lingüístico y estructura de argumentación de un escritor ensimismado, al estilo de Robert Walser: por la ignorancia de sus pares, por las encíclicas ministeriales absurdas, por la tontera inclusiva desaforada sin anclaje en la realidad donde se constituye tanto la marginación como la invisibilidad, ése recurso donde la culpa progresista se disuelve en excusas insólitas.

El panegírico de ágrafos en acción remite, tanto en alumnos del ciclo medio como del terciario (eso incluye a funcionarios), a una apócrifa, no por ello menos absurda, “revolución cultural” maoísta. Santos resalta que se trata de una situación de violencia endémica hacia la figura del saber que, lejos de la rebeldía política, encarna un revanchismo individual como el rayo que busca hacer tierra, una necesidad, un fenómeno indómito.

Así estamos, concluye Santos en varios de los capítulos. Es que el carácter inverosímil que genera la experiencia leída es más digna de un delirio alucinado que de la vida de un trabajador. Porque la Gran Simulación, por la que toda denuncia parece exagerada, es el artefacto teórico y político que se ha consagrado en torno a la educación. Como negocio, como fábrica de zombies consumistas, como mano de obra esclava feliz, como ignorantes carentes de abstracción; votantes por los que la clase política cumple todos los ritos de una promesa imposible, también inútil. Y esto involucra a los sistemas educativos vigentes bajo los dos signos políticos: el progresismo de country y el progresismo de chacra. En la misma frecuencia catastrófica se encuentran los institutos de formación terciaria privados, donde el cliente será docente en una estructura más rígida pero no menos ominosa.

Cierra esta “novela de aventuras educativas” en una situación ministerial: el autor, convocado por un subsecretario, sufre trato diferencial, es observado in vitro por la lupa de la estructura ineficaz. ¿Mosca en la sopa o genio encubierto? La disociación resulta conclusión metódica: la inutilidad es fruto de la ignorancia. ¿A dónde va la educación argentina? Ésa es la pregunta. Hace tres décadas mi madre daba clases de piano y su mejor alumno era un joven no vidente. Aplicado, voluntarioso, en tres años dejó la música para correr maratón. Imagino que sigue corriendo; no sé dónde, pero aún lo hace.

Fuente: https://www.perfil.com/noticias/cultura/el-libro-que-devela-el-desastre-educativo-en-argentina.phtml