Las ciudades pueden ser un territorio de disputa en el que los trazados ponen en evidencia políticas públicas e invisibilizaciones. La caminata, gratis e igualitaria, no siempre tiene vía libre en los diseños urbanos. ¿Se piensa la ciudad para quienes la caminan, la pedalean o los que aprietan el acelerador?

Luego de una prolongada cuarentena, las piernas se han transformado en el mejor y más eficiente método de transporte. Desde los flâneur (y su versión femenina, flâneuse) del siglo pasado, pasando por los exploradores urbanos de la psicogeografía (en su mayoría masculinos), que buscan entender los efectos del ambiente en las emociones, al resurgido activismo en torno al tema, la caminata es un tópico atravesado por una miríada de cuestiones que van desde el planeamiento urbano a la política y hoy especialmente, también la ecología y la salud. Si se estima que para el 2050 casi el 70% de la humanidad vivirá en ciudades y que para entonces habrá más personas mayores de 65 años que menores de 5, se entiende que uno de los conceptos más de moda en las charlas sobre innovación urbanística sea el de “ciudades de 15 minutos”, que apunta a que todas las necesidades estén a ese tiempo de distancia: trabajo, hogar, entretenimiento, educación y salud. A esto debemos sumar los crecientes problemas ambientales, por lo que otro eje importante es la idea de reducir el uso de vehículos y por ende la emisión de gases contaminantes.

La pandemia también permitió naturalizar y volver ubicuos aspectos como el trabajo remoto y la necesidad de eliminar el commuting que tantas horas y combustible se llevaba. La pregunta es si estos cambios perdurarán en el tiempo. Los nuevos barrios sustentables que se diseñan en Europa ponen al peatón primero y al ciclista después como protagonistas, ¿pero cuán lejos estamos de esto en Latinoamérica?

Andar a los tumbos
Es nuestro acceso a la salud más básico y universal. ¿Qué político estaría dispuesto a ignorar esto? En ese sentido pareciera que tuvo que venir la pandemia para, entre otras cosas, desenterrar –¿y reivindicar?– el acto de caminar, y sobre todo, poner en evidencia lo poco preparado que está el espacio y la preeminencia que tienen otros medios de desplazamiento como el auto o la bicicleta, que ha ganado su lugar en Buenos Aires tanto a fuerza de militancia de distintos movimientos civiles como de proselitismo político. Después de todo, uno de los mayores logros ostentados por el macrismo son las ciclovías.

Caminar está de moda, como señalan Karen Seaman Cuevas y Nicole Pumarino Orbeta, dos arquitectas chilenas que se conocieron trabajando en un municipio local en Santiago de Chile, y que coincidían en el privilegio de ir al trabajo a pie. A través de compartir las experiencias de sus caminatas y las rutas que tomaban, surge su proyecto, hoy ONG, La Reconquista Peatonal. “Está de moda el caminar, pero hay una mirada muy del norte hacia el sur, cuando justamenteestamos en un momento donde tenemos que mirarnos a nosotros mismos. Las encuestas que empiezan a tirar números arrojan que, por ejemplo, en Santiago de Chile el caminar es la forma primordial de moverse pero igual lo abordan como un caminar que siempre tiene un propósito de conexión más que un destino en sí mismo. Y pareciera que nos vemos pocos los peatones pese a que según las encuestas somos la mayoría, como si se nos hubiera borrado esa intención o ese protagonismo. No aparecen todavía en las políticas públicas los distintos usuarios, los distintos cuerpos, las distintas formas de moverse no están reflejadas. Las guías que han salido acá en Chile de intervenciones rápidas por ejemplo para ampliar veredas en planea cuarentena, igual siguen pensando en un hombre joven que se desplaza con un destino concreto. No estamos pensando en las familias, o en las mujeres solas, o las que caminan con niños, o los que van ahora con un carro de compras, cómo cambia nuestro cuerpo según el objeto o las personas que nos acompañan. Todavía esta experiencia está oculta”, advierte Seaman.

Numerosos libros se han publicado sobre el tema en los últimos años. Desde lecturas científicas como Elogio del caminar (2019) del neurocientífico Shane O`Mara (recientemente editado en nuestro país), hasta lecturas de género y reivindicaciones de las caminantes femeninas como el libro Flâneuse, Women Walk the City in Paris, New York, Tokyo, Venice and London (2016), de Lauren Elkins, y el más reciente Ciudad feminista. La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres, de la geógrafa e investigadora Leslie Kern que acaba de editar Godot. “No fue hasta que me quedé embarazada que me di cuenta que el ambiente jugaba un rol en la experiencia del sexismo y el patriarcado. No eran solo los hombres en ese espacio, sino el espacio en sí mismo el problema. Desde tratar de mover un cochecito en un lugar urbano céntrico –que se presume un espacio con gran eficiencia para la gente que va a trabajar y a consumir–, todo el ambiente está trabajando en contra tuya. Está mandándote el mensaje de que vos no perteneces ahí”, analiza Kern, que empezó escribiendo el libro en base a su experiencia como madre soltera en las calles de su Toronto natal.

Ante esta aparente invisibilización del peatón, Seaman y Orbeta no solo idearon recorridos urbanos en Chile para hacer en grupo y armaron talleres, sino que crearon un método de registro para caminantes en formato de cuadernos que luego sirven para la investigación y creación de políticas públicas. Ya llevan más de 600 experiencias de caminantes en distintas ciudades a lo largo de casi tres años. También trajeron el proyecto a Rosario. “Nos dimos cuenta que estos cuadernos de registro que nos entregaban las personas nos daban tantas visiones como caminantes hay en la ciudad, y entonces teníamos información muy valiosa y privilegiada que no estaba apareciendo en las decisiones gubernamentales y urbanísticas”.

Ya cuando el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio estaba descomprimido, hacer deporte, la posibilidad de circular y reunirse en espacios verdes en grupos pequeños, y luego la reapertura de espacios gastronómicos (solo en veredas y terrazas), las calles de la Ciudad de Buenos Aires parecían volver un poco a la vida. Pero dado el amontonamiento de gente, por momentos riesgoso, las quejas no se hicieron esperar pidiendo más peatonales y espacios dispuestos para la recreación, la actividad física y la gastronomía, mostrando que pese a ser relativamente caminable, en Buenos Aires el auto sigue teniendo prioridad. Para repensar el espacio compartido en la ciudad aprovechando la oportunidad que estamos viviendo, asociaciones como Bicivilizados.org lanzaron iniciativas en redes para pedir que los fines de semana se #abrancalles para los peatones y bicicletas y menos para los autos. “Se necesita mucho pero mucho más espacio para que las personas puedan disfrutar de manera más segura la ciudad y no todxs amontonadxs en los poquitos espacios verdes que tenemos. Solo basta salir los fines de semana a la calle caminando o en bicicleta y verlo. Evitás circulación quitando espacio. Solo al ver la movilidad de sábados y domingos de automovilistas, surge la pregunta: ¿son todxs esenciales, trabajadorxs de bares y asistencia a adultos? Deberían planearse algunas horas por las tardes sábados y domingos para evitar circulación de autos y que las personas puedan usar su espacio cercano. Limitar lo que más se pueda las calles a lxs motorizadxs. Creo que todavía está muy enfocado en el consumo. Me encantaría que aprovecharan este momento para seguir quitando espacio al auto y fomentar la cultura del disfrute de la ciudad”, comenta Leo Spinetto, parte del movimiento.

Sin dudas la reflexión alcanza otros tópicos que incluyen la salud pública y el riesgo de contagio a raíz de la falta de distancia social, pero que la exceden y que tienen que ver también con lo ambiental (polución del aire y sonora), con la seguridad (recordemos que tenemos 20 muertes por día en accidentes de tránsito) y con cómo se vive la ciudad.

¿Qué te pasa, Buenos Aires?
La Reconquista Peatonal arroja luz sobre la experiencia común a la tercera edad a partir de la historia de Hilda, que tiene 86 años y es una de las caminantes más grandes que participó en el proyecto. En su relato, la chilena aborda el tema de la seguridad pero no desde el vandalismo o el temor a ser asaltada, sino desde la seguridad del cuerpo. Una de las principales cosas que evalúa es si en caso que le llegara a pasar algo, alguien la asistiría. Pensar en la eventual asistencia para subir a los micros (subte no toma porque no todas las estaciones tienen ascensor y hay muchas escaleras) y cómo elige los caminos en los que sabe que hay gente amable, algunas de las variables que considera para salir a caminar.

“En esta misma línea de la invisibilización, la clase y el género es relevante para la caminata. La manera de moverse de las mujeres en la ciudad sigue sin eco en las medidas que se toman frente al COVID, no estamos pensando en los distintos usuarios, por supuesto que esta reconquista también va de la mano de una de género. Los cuadernos que nos han llegado también rozan la parte del estallido social, volver a otra ciudad. Es volver de una situación de violencia, pero también donde falta la socialización y esta cosa de sentirse acompañado que tiene el caminar. También de los murales que han sido cubiertos. Un Chile al que le gusta esconder las cosas, llegar a una ciudad que tiene menor densidad, que tiene menos gente en las calles y que no están estos símbolos del estallido social y cómo se van a empezar a revertir estas situaciones a medida que nos aproximamos a nuestras fiestas patrias”, reflexiona la dupla de arquitectas.

Pensar qué implicaría una ciudad más justa e igualitaria en la planificación para los caminantes también requiere pensar las experiencias en las calles en términos de personas de otras clases, nacionalidades y razas. ¿Todos tomamos las mismas rutas? ¿Qué caminos elegimos y a qué horas? ¿Nos sentimos a gusto u observados en ciertos barrios? ¿Cómo nos relacionamos con el espacio y con los demás?

“Salimos a caminar para distender, conectar con lo que pasa y habitar ‘la nueva normalidad’. Es necesario y es un ejercicio que disfrutamos para mover nuestros cuerpos y conectar entre nosotros, un momento de encuentro. Con Joaquín (10) y Olivia (4) elegimos caminar por el río, o por lugares con lindos paisajes. Olivia elige cada día un vestido diferente para la ocasión. Miramos las casas que más nos gustan, pensamos en cuál nos gustaría vivir, pisamos hojas, juntamos flores, hablamos sobre los árboles y compramos algo rico para comer por el camino. Es una evasión para los cuerpos inmóviles que tienen que transcurrir horas frente a las pantallas con una carga de estrés extra. En casa, cada une está frente a un dispositivo atendiendo multitareas en un mismo espacio físico sin interactuar, en cambio cuando salimos a caminar todo lo que era cotidiano se vuelve mágico. Caminamos 20 cuadras aproximadamente y cuando volvemos somos seres diferentes a los que salimos”, confiesa Agustina, comunicadora, mamá de dos.

El valor concreto y simbólico de la caminata ha cambiado en formas insospechadas: vuelve a ser un destino en sí misma. “Caminar es el nuevo tomar un café, me junto con amigas “a caminar” y esa es la salida. Dar la vuelta a la plaza 5, 6 ó 7 veces charlando. Durante cuarentena empecé a obligarme a salir a caminar con la excusa de cualquier trámite como motivación”, se confiesa Dafna, ambientalista. También están los caminantes solitarios: “Caminar me salvó la cuarentena, me salvó la psiquis. Siempre me gustó mucho caminar y lo había perdido por la cotidianidad y la rutina, y quizás ya no tener a dónde ir. Recuerdo de cuando llegué acá mi plan predilecto era salir a caminar horas y horas medio sin rumbo. Cuando te hacés local perdés un poco la magia o la facultad de tener el placer de perderte. Cuando nos dejaron salir a caminar, la primera caminata larga que yo hice, que me parece que fue en mayo o junio, caminé 14 kilómetros sola y me sentía en éxtasis. Cuando volví a mi casa recordé que yo no había nacido acá, y que había una cualidad de no ser local que estaba aplacada y pero que podía despertarse en este contexto”, cuenta María, escritora colombiana viviendo en Buenos Aires, quien además de todas las ciudades de Latinoamérica en donde ha caminado, considera la de Buenos Aires como la experiencia más rica. “Creo que más gente camina acá y que tienen los espacios más aptos para caminar, empezando por las veredas más anchas. Y un uso del espacio público constante”.

“Se sintió en algún momento que el peatón empezaba a ganarle espacio al auto, y ahora la bici. Se nota el fastidio en los conductores por haber perdido ese espacio, incluso a raíz de que los bares también hayan ganado lugar en la calle, y creo que hay ahí una oportunidad de que la pandemia ayude a peatonalizar un poco más la ciudad. Sin embargo lo que observo es que ahora que vuelve un poco toda la circulación a la normalidad, no pareciera que esos cambios sean muy permanentes y ese es el desafío”, cierra Dafna. Más planificación estratégica y política sin sesgos de género y con mayor accesibilidad y derechos para el peatón y con sentido ambiental, para empezar, puede ser una buena forma de que vivir en Buenos Aires “vuelva a estar bueno”.

Fuente: https://www.telam.com.ar/notas/202011/534782-la-batalla-por-el-suelo-urbano.html