Libros analizan escalada de odio y agresión

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En los últimos tiempos, la literatura abordó el tema de los discursos del odio, un fenómeno que naturaliza el ejercicio de la violencia material o simbólica contra todo aquel que encarne ideas antagónicas.

POR EMILIA RACCIATTI Y JULIETA GROSSO

Telam SE

La aún irresuelta cadena de motivaciones que empujaron al agresor de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner a atentar contra su vida se inscribe en una trama de significaciones que muchos asocian por estos días a los discursos del odio, un fenómeno de reverberaciones planetarias que naturaliza el ejercicio de la violencia material o simbólica contra todo aquel que encarne ideas antagónicas y que ha sido abordado en un conjunto de libros que enlazan esta dinámica con el ascenso de las derechas en el mundo o la cultura de la cancelación.

«Hay un tipo de violencia que aumenta y tiene que ver con esa persona que se puede describir como un lobo solitario: vive encerrada en su propio mundo y utiliza muchísimo internet. En general esta persona expone de manera anticipada en algún foro online estas ideas radicales y es avalado o elogiado por ellas».

La frase, formulada por la filósofa y jurista eslovena Renata Salecl en una reciente visita a la Argentina, podría funcionar como una aproximación para descifrar el ecosistema en el que moldeó su demencial raid Fernando Sabag Montiel, el hombre que el jueves pasado gatilló un arma casi al ras del rostro de la Vicepresidenta.

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En «Pasión por la ignorancia», su último libro publicado en el país, la también socióloga analiza cómo la negación y la ignorancia juegan un papel fundamental en las sociedades contemporáneas pero también se dedica a las dinámicas agresivas que incitan las redes y sus consecuencias. «Internet nos da la impresión de que podemos decir cualquier cosa sin que exista un impacto ante la otra persona, que es distinto a hablar cara a cara, sin embargo los discursos de odio tienen consecuencias muy violentas», sostuvo durante su estadía en Buenos Aires.

En los últimos tiempos, analistas argentinos y extranjeros se han dedicado a alertar sobre el efecto que genera la radicalización de los discursos y la incapacidad para saldar las disidencias a través del intercambio equitativo: la cancelación, la lapidación pública y hasta la venganza son prácticas cada vez más habilitadas en un mundo donde las extremas derechas capitalizan el descontento social y el descrédito de la política. En esa escena, los conflictos en torno a la raza, el género o la clase social se han convertido en el combustible que abona estos insondables territorios de odio.

Sin embargo, la contemporaneidad es a veces tramposa: asigna rasgos inéditos al signo de época y desatiende la conexión con un pasado que exhibe más diálogos que rupturas con aquello que define la escena del presente. «Ninguna época es el grado cero de la historia», plantea en su libro «Zona de promesas» la ensayista Florencia Angilletta y en esa línea se inscriben los llamados discursos de odio que no son tan novedosos, pese a que aparezcan hoy como la argamasa que habilita la violencia para dirimir las diferencias o la cancelación como modo de clausurar a otros cuyas ideas parecen desacoplarse del paradigma de época.

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«El discurso del odio» se llama precisamente una de las obras más significativas del filósofo André Glucksmann, fallecido en 2015.

La escribió en 2005 para procesar y caracterizar la sucesión de siniestros acontecimientos que tuvieron lugar apenas inaugurado el nuevo siglo: el atentado contra las Torres Gemelas, el que tuvo lugar poco después en la estación de trenes de Atocha, en Madrid, y el horror de Beslan tras el operativo que las fuerzas de seguridad rusas desplegaron en 2004 contra un grupo terrorista de origen islámico que había tomado una escuela.

Hitos que al pensador le sirven para pulverizar el relato de un siglo que arranca dejando atrás el efecto de los odios colectivos, porque según Glucksmann “la contaminación odiosa sólo necesita ser despertada”.

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En su libro «Contra el odio», la investigadora alemana Carolin Emcke plantea que el racismo y el rechazo al diferente están en el centro de las sociedades. «Ahora se odia más abiertamente», sostiene en este texto que fue best-seller en Alemania y donde conjetura que el rechazo a lo distinto y el repliegue identitario son fenómenos globales alentados por la ilusión de sociedades homogéneas e idealizadas que encapsula las nociones de «nosotros» y «ellos», generando variantes de exclusión que van del antisemitismo a la homofobia, la islamofobia y el racismo.

La autora, filósofa y corresponsal de guerra durante 14 años, señala que el odio no es un sentimiento individual y aislado. “Se ha abierto la veda. Ahora la gente exhibe con orgullo su rechazo a los extranjeros. En la televisión y en la calle, el racismo ha llegado al centro de la sociedad. Se ha roto el tabú», indica la autora, para quien el espacio público está cada vez más regado de racismo, fanatismo y sesgo antipolítico. Para Emcke se impone un pensamiento que solo permite dudar de las opiniones ajenas, nunca de las propias.

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En el ensayo «Las vueltas del odio: gestos, escrituras, políticas», publicado en 2020 por Eterna Cadencia, los docentes e investigadores Ana Kiffer y Gabriel Giorgi complejizan las formas en las que se puede discurrir el odio a través de lo escrito corriendo los límites de los pactos discursivos, las formas de relación social, modificando las reglas de la vida democrática.

En una entrevista con esta agencia a propósito del libro, Giorgi advertía sobre «una disputa por lo decible en lo público y en la democracia» y la describía como «la voluntad de ‘decirlo todo’, sin restricción ninguna, invocando frecuentemente una ‘libertad de expresión’ abstracta pero que en realidad lo que busca es desfondar los pactos de civilidad y de relación social (que pasan, evidentemente, por la palabra) y los fundamentos de una construcción de lo democrático. Deshacer ese pacto, en la palabra pública y en el lazo político: ahí se lee una de las ‘vueltas’ del odio'».

Para su colega y coautora Kiffer, «hay algo en todos los odios contemporáneos que es un síntoma de la pérdida de la importancia de las relaciones como constituyentes de un vivir juntos» y una de las tareas que marcaba con urgencia era la de «dedicarnos a reactivarlas por entre nuestras acciones políticas, críticas, artísticas o teóricas».

Cuando se refieren al odio escrito, aluden a las redes sociales, terreno asumido como arena de la discusión pública donde el odio se escribe, se viraliza, se replica y comparte con velocidad y urgencia.

«Ese es el circuito del odio. Un circuito impersonal y colectivo: del anonimato al cuerpo. Ese es el circuito del odio. Esa contigüidad entre lenguaje y gesto, o entre escritura y gesto, se escenifica en Odiolândia en una andanada contra Marielle Franco, justificando su ejecución por ser defensora del aborto legal y ser parte de una banda de ‘bandidos’”, marcan y ejemplifican sobre el asesinato de la concejal del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) de Brasil, Marielle Franco, activista de los Derechos Humanos y la quinta parlamentaria más votada en las elecciones de Río de Janeiro de 2016.

Pero, ¿cómo hablar de discursos de odio incorporando las relaciones de poder? ¿Cómo se distingue la responsabilidad de un comunicador, un dirigente político y social de un usuario de cualquiera de las redes sociales?

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Ernesto Semán, profesor de Historia Latinoamericana en la Universidad de Bergen (Noruega), en una entrevista publicada el 22 de agosto en el diario El País, sostenía que en la Argentina estamos ante un escenario de «radicalización de la derecha en niveles importantes y crecientes» más que ante una polarización.

Su último libro «Breve historia del antipopulismo» (Siglo XXI) es una investigación que pone el foco en cómo se construyen los discursos de las elites ante los sujetos populares y traza una línea de continuidad «gaucho-compadrito-cabecita negra-choriplanero» que condensa la perspectiva antipopulista.

«En la Argentina las élites no vienen a escuchar, sino a hablar», afirma Semán y demuestra con datos, análisis y perspicacia cuáles fueron las continuidades que se enlazaron desde 1810 hasta el gobierno de Mauricio Macri para intentar domesticar a un mundo plebeyo que se empeñaron, y empeñan, en presentar como amenazante.

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En esa línea, el historiador radicado en Estados Unidos, Federico Finchelstein, construye en su libro «Breve historia de la mentira fascista» (Taurus), publicado en 2021, otra continuidad: aquella que va del fascismo “clásico” a los populismos de derecha actuales y la define como atravesada por el desprecio de la democracia y un culto sistemático de la mentira.

El docente e investigador, también autor de «El mito del fascismo» pone el foco en su más reciente trabajo en las figuras de Donald Trump, en Estados Unidos; Jair Bolsonaro, en Brasil; el movimiento español Vox, en España; la Liga italiana, en ese país europeo y el dictador húngaro Víktor Orbán. En esa línea, sostiene que el populismo encarnado por el expresidente estadounidense se ha convertido en el posfascismo más relevante del nuevo siglo.

¿El odio -en especial al inmigrante en general y a los musulmanes en particular- se ha transformado en una herramienta polí­tica que la derecha capitaliza muy bien? «Trump justamente proponía hace unos años que el odio tiene que ser un elemento central. Para él, el odio es sobre todo de tipo racial. Más en general ese es el caso en Europa y Estados Unidos. Esto marca una gran diferencia con los populismos de izquierda tanto en Europa como en América Latina y asimismo con los populismos clásicos e inclusos los neoliberales de nuestra región. Trumpistas y lepenistas (partidarios de Marine Le Pen) conciben al pueblo también de forma unitaria pero sobre todo de forma étnica e incluso racista», decía Finchelstein en una entrevista con Télam.

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En 2019, el periodista y ensayista Nicolás Lucca publicó «Te odio. Anatomía de la sociedad argentina» (Galerna), un libro no exento de un afán polemista en el que planteaba que la Argentina vivía en un estado de beligerancia permanente, un estadio resultante de una sociedad que se había conformado al calor de tensiones provocadas por el choque cultural de la inmigración, la gravitación del sindicalismo y la batalla de los medios de comunicación, entre otras variables problemáticas que el autor identifica.

La hipótesis central es que a los distintos sectores políticos no les interesa la convivencia sino la hegemonía. «Hablar de política, al menos en la Argentina, es hablar de violencia», formula Lucca en la obra, donde también considera que la sociedad actual está configurada para formar futuros odiadores.

Fuente: Télam