Reflexiones de la vida diaria: «¡El táper que nos tapó!». Hoy, en exclusiva, nuestro enviado especial a la vida cotidiana, Adrián Stoppelman, ve la vida desde adentro de un táper. Léalo. Es más rápido y placentero leerlo que tratar de encontrar un táper y su correspondiente tapa.

POR ADRIÁN STOPPELMAN

¿Hay un límite legal establecido que indique cuál es el número máximo de tápers que una persona puede acumular en su casa? ¿No deberían los tápers venir con un cartel de advertencia, tipo los cigarrillos, que diga: “este coso de plástico crea adicción”? O una leyenda que diga: “¿sabe ud dónde están sus otros tápers ahora?”

Para colmo de males, vos los comprás y vienen sin instrucciones. Entonces, ¿cómo hacés para saber qué cosa va en cada táper? Uno guarda un resto de guiso en el que está arriba de la pila, pero resulta que ese es el más grande, el que se usa para guardar un kilo de fideos con tuco, o un asado completo para cuatro (de estos días). Y cuando necesitás el grande, está intrusado por un cachito de guiso y un asado, y tenés que repartir los 6 litros de sopa en 28 tápers más chicos. Esto provoca que, en muchos casos, si sobra pollo, la pechuga nunca más se reencuentre con la pata.

Hasta que un día ordenás los tápers. Abajo los más grandes, luego uno de menor tamaño, y así sucesivamente hasta que aparecen los redondos, los cuadrados y esos tan simpáticos con forma de pirámide egipcia que no hay forma de que encajen ni viajando al Delta del Nilo… y el orden se reduce a “ma si, yo los tiro en este cajón”.

Otro intento de ordenarlos es por la calidad de los tápers: así, juntás entre si los muy berretas, esos que a la segunda vez ya no hay forma ni de taparlos ni de evitar que se desintegren. Después vienen los berretas, que duran un tiempo razonable siempre y cuando no los uses, y los buenos tápers, esos tápers que deben ser buenísimos pero que la mayoría de la población nunca tuvo en sus manos.

También está el problema de empatar la cantidad de tápers con la cantidad de tapas. Ni Einstein podría hacer algo así. O falta una tapa, o falta un táper, hasta aparecen tápers tapados pero con tapas de otros tápers que misteriosamente encajan… ¿y por qué pasa esto? Porque los tápers son como los libros: una vez que los prestás, no los recuperás más.

Esto funciona así: viene alguien a tu casa, y sobra algo… se lo lleva en un táper. Por eso las personas más experimentadas, – las más turritas, digamos -, suelen darte ese táper que cierra mal, o es de mala calidad, o que está fabricado en Chernobyl. Y lo hacen porque saben que no vuelve más. O quedan de rehenes en la casa de esos amigos que te invitaron y a la que llevaste la comida en un táper. Por eso cuando vas de visita tenés que llevar un táper intermedio: ni muy berreta, para que no hablen mal de vos, ni muy bueno, para que tampoco hablen mal de vos, ¿o a quién se le ocurre tener un táper de esta calidad?

Y todo pasa porque el genio que los inventó descubrió que la humanidad necesitaba un recipiente transitorio para las sobras. Es decir: el táper te da tiempo para decidir qué hacer con esas sobras. Es la transición entre “no salió muy rico” y “dale, sacá la bolsa de basura”.

Con el paso del tiempo, la humanidad comenzó a usar el táper para guardar cosas diversas: clavos, tornillos, aros, gomitas para el pelo, invisibles, ganchos, tarugos, regatones perdidos y hasta el motor desarmado de la heladera de la abuela.

También se descubrió que el táper sirve para muchas más cosas que para guardar alimentos: es útil como tambor o instrumento de percusión para niños, fuente para servir la ensalada, pelota, freesbe (la tapa), para nivelar una mesa, para plantar albahaca, para guardar la dentadura postiza y hasta como caja fuerte para dólares blue. 

Y así y todo, siempre hay un táper que no sirve para nada: es muy angosto, no entra nada, la tapa tiene un agujero que no se sabe para qué es y tiene todavía la etiqueta pegada, porque fue imposible despegarla, y en la etiqueta dice claramente: “este táper no sirve para nada”.

Otro problema: el táper para llevar al laburo. Tiene que ser reconocible. Muy identificable. Todos tienen que saber que ese es “tu táper”. Y no alcanza con ponerle un papel y una cinta scotch con tu nombre, apellido y DNI. Si algún compañero tiene hambre, fuiste. Yo apelaría a recursos más sicopáticos, onda: “el que toca este táper es terraplanista”, “el que toca este táper es mufa” o “al último que tocó este táper le cayó una inspección de AFIP”.

Por último: ¿cuántos años dura un táper? Porque los táper son como esa remera Hering que te compraste en Cuiritiba en el ‘92, y hoy está toda rota y agujereada, pero le tenés cariño, y la seguís usando de “entrecasa”.

Con los tápers es igual: están rayados, seguramente invadidos por fungus varius, desvencijados, no tienen tapa, pero los guardás como esos cables de teléfono viejo: porque en una de esas, sirven para algo. La verdad es que tienen una sola utilidad: ocupar espacio y demostrar que no tenés personalidad ni coraje para deshacerte de un miserable táper. No te preocupes. Somos muchos.

Finalmente, quiero contarles que tenía un chiste buenísimo para cerrar este asunto de los tápers, pero no va el remate: es de otro chiste de tápers.

Fuente: Télam