¿Cómo decir que no a los más chicos?
Criar con menos enojos y peleas, y más paciencia y empatía, representa un verdadero desafío para las familias de hoy, y además se convierte en una “inversión” para el futuro y la vida adulta
Texto Valeria Vera
Tener hijos y guiarlos en la vida cotidiana se traduce hoy en un verdadero desafío que se inicia apenas comienza la vida en familia. Pero esa convivencia de los primeros días, lejos de mantenerse intacta, cambia, adquiere matices, plantea nuevos retos, y se complejiza con los años, mientras los chicos van creciendo y todos evolucionamos como familia. En un momento en el que parece que “las hojas de ruta” se desdibujan, o dicho de otra manera, donde los “bordes” no están delimitados o son poco claros y “se puede hacer lo que se quiere, cuando se quiere”, poner límites se convierte para las mamás y los papás en una odisea difícil de atravesar, por las dificultades, imprevistos y obstáculos que surgen en el camino y porque, a diferencia de generaciones anteriores, estamos muy solos para hacerlo. “Antes era más fácil. Ahora, criamos en línea, no en paralelo; sale la niñera, entra la mamá; llega el papá, sale la mamá; entonces, nadie aprende de lo que hace el otro”, plantea Maritchu Seitún, psicóloga especializada en orientación para padres y autora de varios libros sobre la temática, como Criar con Empatía y Criar hijos confiados, motivados y seguros, en el décimo capítulo de la temporada 2 de “Primerizos, ¿y ahora qué?”, el ciclo audiovisual de LA NACION + ClubNutri, OSDE, Huggies y Plenitud. Sin dudas, la convivencia actual es más sostenible y funcional para todos si está mediada por acuerdos entre la pareja sobre esa familia, con “soluciones que más o menos logren lo que quieren los dos”, más allá de la historia de cada uno, y rutinas, que “van certificando cómo son las cosas en casa”. Y en ese contexto, sostiene la especialista, es “mucho más fácil poner límites, cuando todos los días se hacen las cosas de la misma forma”. “Las rutinas ayudan mucho porque dan un marco y además nos peleamos menos”, enfatiza. Dentro de las estrategias para decir que no, subraya Seitún, la anticipación en la primera infancia juega un papel muy valioso porque los chicos “ya saben lo que va a venir y eso les da seguridad” y, por el contrario, “los incomoda un montón cuando esto no se da; hace lío que sea distinto”. Y en reiteradas oportunidades de la charla nos invita a definir “esos bordes”, tan necesarios en la crianza, desde una regla principal, que exige compromiso y entrega diarios, para ser eficaces: “Te digo lo que quiero que hagas, me ocupo de que lo hagas”.

–Para arrancar, se me vienen a la cabeza dos conceptos, rutinas y límites, que parece que no vienen emparentados, pero en un punto lo están. ¿Qué es lo que une? –Sí, están emparentadas. Están emparentadas por la mala prensa que tienen, sobre todo. Es interesante ver que en los últimos años, en este milenio, pero a fines del siglo pasado también, la gente no quería poner límites, la gente no quería hacer rutinas, había que ser libre, hacer lo que uno quería, y empezaron a complicarse mucho la existencia, porque la verdad es que las rutinas y los límites sí están emparentadas, porque yo hago ciertas rutinas que van certificando cómo son las cosas en casa todos los días de la misma manera. Y es mucho más fácil poner límites cuando todos los días lo hago de la misma forma. Si cada vez cambio y lo hago distinto, y una vez se baña a la mañana y otra vez a la tarde, se me pone muy complicado, porque a los chicos les sirve que las cosas sean más o menos parecidas todos los días. –Les dan un marco, ¿no es cierto? –Exacto, y además nos peleamos menos. –Sin embargo, también está instalado esto de: “Ay, esta familia con sus rutinas” o “Yo no establezco rutinas”. Vos decías esta cosa de mala prensa, como si tener rutinas fuera sinónimo de ser estructurado, pero va más allá de eso, me parece… –Claro, pero eso sería la rutina aburrida, pesada, pero me gusta pensar en rutinas que son rutinas ritualizadas o que son rituales. Cuando voy a bañar un bebé le empiezo a cantar: “El que quiera nadar un rato”, y el bebé ya sabe que se va a bañar y se pone contento, ya no le molesta que le saque la ropa. Estos rituales acompañan un montón la hora del baño, porque un bebé cuando lo desvisto no le gusta. Entonces, está muy bueno que cada vez que lo bañe, empiece, y desde muy chiquititos -cuatro meses-, con la canción y empiezan a ponerse contentos por venir al agua. –Es una señal para ellos, una anticipación, que es un poco de lo que quería hablar. ¿Qué papel tiene en esto la anticipación? –Tiene un papel muy valioso, porque si a vos, no sé, tu marido te dice en el desayuno: “Andá a bañarte rápido, que me tengo que bañar yo”. Yo le digo: “No, bañate vos, si estás tan apurado”. En cambio, si me dice: “Necesito que te bañes antes de tal hora porque yo me tengo que bañar temprano, entonces me preparo, veo si me baño antes o me baño después. La anticipación es importante, pero tiene que ser una anticipación ritualizada. Vuelvo a decir: que sea siempre de la misma manera, porque los chiquitos -en cuanto crecen un poco- empiezan a discutir: “No, ayer me saqué el cinturón cuando entré al barrio” u “Hoy a la mañana papá me dejó manejar”, y al final te volvés loca porque te pasás todo el día tratando de instalar límites. Y, en cambio, si uno anticipa, uno ritualiza, y tenemos rutinas más o menos claras, sin ser esclavos. A ver, los chicos duermen la siesta de 14 a 16. Si tengo un asado, no duerme la siesta y no pasa nada. –Hay “talibanes” también en ese sentido. Como todo lo que es llevado al extremo, no es bueno… –No, tal cual –Estamos viendo entonces que las rutinas son verdaderas aliadas durante la crianza y esto de anticipar, de manejarnos con lo conocido, y que los chicos lo hagan, los ayuda a aprender en el día a día… –Sí, además a los chicos les encanta lo conocido. Vos le leés a un chico un libro y quiere siempre el mismo –Ay, sí, y las películas también… –También, porque saben lo que va a venir y entonces esto funciona para divertirse, pero funciona también para las cosas de todos los días. Y los incomoda un montón cuando esto no se da: “Pero vos siempre almorzás conmigo, ¿por qué hoy no?”. Hace lío eso que sea distinto. Bueno, también tenemos que salirnos de las rutinas para que los chicos no se pongan maniáticos: “Solamente veo televisión en este sillón” o “Solamente como, si papá me da de comer”. Y entonces ahí sí nos compramos un problema. Pero que las cosas sean relativamente de la misma manera todos los días ayuda muchísimo y eso son las rutinas. –Claro, pasa que, a veces, uno no las asocia con esos rituales que estás marcando… –Lo que pasa es que un ritual es una rutina que tiene sentido. Entonces hay que tratar de convertir estas rutinas en rituales, o sea, en algo que te sirva a vos, me sirva a mí, nos sirva a nosotros, y nos ayude a estar mejor y a sonreír más todos.

–Mientras te escuchaba pensaba que asociamos las rutinas con chicos más grandes, y tal vez podemos empezar desde muy chiquitos a instalar algunas –Sí, sí, y esto también beneficia a la mamá, no solamente al bebé. Uno ya sabe cómo hace las cosas, en qué orden, y vas armando una secuencia que te va conduciendo. A lo mejor no con el bebito recién nacido, o un bebito de un mes, de dos meses, que necesita que nosotros lo sigamos a él. Pero de a poquito vamos a ir [empezando], no sé: le doy de comer de día y lo acuesto en el cochecito o en la cunita, pero después de comer, a la noche, lo acuesto en su cuna y bajo la persiana. Vamos a poner ese ejemplo: de noche, bajo la persiana, lo baño, le pongo el pijama y lo pongo en la cuna. Y ese chiquito, despacito, ya se va dando cuenta: “Me bañan, me dan de comer, me ponen el pijama, esto es que me voy a dormir”. Luz apagada. En cambio, a lo mejor, las siestas del día son en un cochecito, en el living, con más ruido y más movimiento. Ellos también van conociendo los espacios y los horarios, y dentro de las rutinas entran los hermanos grandes. Llegan del cole a las 16.30 y el bebé también empieza a incorporar eso, que a las 16.30 pasa otra cosa: “Llegan mis hermanos, qué divertido”. Y es una rutina. –Es verdad, pero insisto, uno no siempre lo advierte como tal, así que está bueno dejarlo en claro acá –Sí, las rutinas ayudan mucho en la crianza y los límites también –Cuando estamos en pareja hay ciertos puntos en los que nos ponemos de acuerdo. Llega un hijo y hay que repensarlos un poco. ¿Cuál es la recomendación para no generar confusión a la hora de criar? –Sí, es un lío. No solamente tenemos que reacordar, sino que aparecen cosas que antes no habían aparecido. O sea, yo vengo de un sistema donde a los bebés se los escuchaba un montón. Él viene de un sistema donde los bebés eran: “Dormite”. “Cállate”. “Comé”. Hay que lograr acuerdos no solamente presentes, sino que tenemos que revisar qué fue lo que pasó, lo que me gustó de cómo me criaron, lo que no me gustó. Y una vez que cada cual hizo su propia revisión, lo que es importante es ver: “Este señor o esta señora no es mi enemigo, es el padre o la madre de este mismo hijo. Lo quise tener con él, lo quise tener con ella, y sus ideas no son delirantes”. Intentemos sumar: “El quiere que el bebé esté dormido temprano para poder ver una serie”. “Ella quiere respetar a pie juntillas lo que el bebé quiere”. Busquemos un término medio, que no sea exactamente lo que quiere él, pero tampoco lo que quiere ella. No es que uno tiene razón y el otro está equivocado. –Que no esté esa idea de batalla o me impongo… –No, vos tenés una parte de la razón. Está bueno compartir tiempo de calidad con la pareja y ella también tiene razón. Tenemos un bebé y a mí me gusta respetar los tiempos del bebé, pero vamos a poder encontrar un término medio, porque no es solamente que nos vamos a pelear un montón, sino que derrochamos energía. Y cuando uno tiene un bebé chiquito o un chico chiquito, no te sobra la energía, no la podés gastar en pelear. Y entonces hay que empezar a aprender a sumar, a ver: “¿Qué querés vos?” “¿Qué quiero yo”, y siempre va a haber una solución que más o menos logre lo que quieren los dos. Entonces, es como un entrenamiento para ir acordando, después es cada vez más complicado: a qué jardín de infantes van a ir, qué abuela los va a cuidar. Se pone compleja la situación… –La crianza como desafío para los padres es constante y van surgiendo más desafíos dentro del desafío mayor… –Aparece la crisis, que en chino significa “peligro y oportunidad”. Es un peligro la crisis, pero también es una oportunidad de encontrar un mejor esquema, una mejor manera de resolverlo. No nos podemos quedar arrancándonos los pelos el uno al otro, porque lo pagamos nosotros y lo paga el hijo. Sumemos: “¿Cómo podemos hacer para encontrar una mejor solución que nos deje contentos a los dos?”.

–Esto de ponernos de acuerdo lo ato con los estilos de crianza que puede haber. ¿Qué impacto tienen en todo esto? –Esto también va a tener que ver probablemente con la historia de uno. Históricamente los adultos llegan a la crianza, en general, la mayoría, no todos, con una crianza autoritarista: los papás mandan, los hijos hacen caso, que a los niños se los vea, pero no se los oiga. Entonces algunos hijos de esos papás quieren repetir el modelo porque les gustó. Otros dicen: “No, todo lo contrario. Quiero que mi hijo haga todo lo que quiera, que se coma todas las masitas ricas, el queso gruyere, todo, todo, Su Majestad, el hijo”. Y después tenemos esos otros que vienen, que son menos en la Argentina, que ya vienen con el modelo permisivo: “Su Majestad, el hijo”, que hay escucharlo, respetarlo, hay que hacer lo que el niño quiere. Entonces ahí tenemos dos resultados posibles: los padres permisivos, a veces, no ponen bordes y la verdad es que está bueno que la vida tenga bordes. Cuando nosotros vamos por la ruta, decía [Jaime] Barylko [filósofo y educador argentino], no lo digo yo, si la ruta está marcada, vos vas muy seguro por la ruta. Si la ruta no está marcada, no sabés si viene una curva, si podés pasar. Entonces el límite es eso, es ese borde. Es importante que haya un poquito de borde. Si yo no tuve borde, no sé poner borde, o si yo tuve borde y no quiero poner borde, también es un caos. Pero lo que termina pasando, cuando uno compra esta modalidad permisiva, es que nos terminemos enojando un montón, porque: “Te quiero llevar a la bañadera por las buenas y te lo digo una, dos, tres, y a la séptima vez te llevo de las mechas, porque al final el chico se tiene que bañar, porque hace tres días que no se baña. Entonces, esa mamá que quería ser la mamá más buena del mundo, se convierte en horrible y se siente culpable. –Claro, no resolviste y te sentís peor –El modelo permisivo termina no funcionando. Ahora, sí, hay una modalidad intermedia, busquemos la solución, no el problema. Y el modelo intermedio es tomar lo mejor del autoritario, que es la firmeza, y vamos a tomar lo mejor del permisivo, que es la empatía: “Me pongo en tu lugar y entiendo”. Ahora, la empatía con firmeza es el mejor resultado, porque te comprendo y si puedo, te digo que sí; y si no puedo, te digo que no. Y delimito sonriendo, porque la clave es esa. El límite que no está bueno es el límite autoritario, enojado, furioso, con desilusión, humillando, abusivo. Pero el buen límite está buenísimo. –Y esto me lleva, ya lo estás dejando vos sobre la mesa, a los límites en sí. Si hablamos de los primeros “no”, ¿qué características tienen? ¿Cuándo podemos aplicarlos? –A el “no” lo llama [René] Spitz el primer organizador, porque el bebé entiende el “no” antes que el “sí”. En cuanto al bebé empieza a desplazarse, uno ya empieza a decir que no, porque va a tocar un enchufe, porque se quiere parar delante de la tele y tenés miedo de que se caiga. Claramente, si tenemos un chico chiquito, cuantas más tapas en los enchufes tengamos, cuanto más tengamos el televisor colgado, menos “no” vamos a tener que decir, pero vamos a tener que decir que no. Por otro lado, los platos de comer de los bebés tienen vendosa (se pega el plato), porque la manera de decir que “no” del bebé o “no quiero más” es tirar todo al piso, y esto trae un lío tremendo. Le ponés vendosa, no lo puede tirar, y vamos despacito, ayudándolo a entender que hay cosas que sí y cosas que no, que el plato no se tira al piso… –Qué buen tip ese, porque uno celebra cuando empiezan a comer, pero el piso es un caos… –¿Y qué hacés? ¿Te enojás? No, pero entonces ponele un plato con vendosa, porque es chiquito. O sea, el “no” es algo que vamos instalando de a poquito. Y además con los más chiquititos, hasta los 4 o 5 años, es: “Te digo y me ocupo”. Y si no estoy dispuesto a ocuparme, mejor que no diga que “no”. Porque no puedo decirlo desde el sillón…

–Es medio cómodo… –Es que son chiquitos: “Para poder entender, voy a hacerle caso a mi mamá”. Tienen que tener lo que se llama conciencia moral. El “no” de un chiquito de 5, o 6 años, es: “Mamá dijo que no le pegue a mi hermano. Salvo que me enoje un montón, por ahí le pego, pero, en líneas generales, no le pego. Porque yo sé que no está bien pegarle a un hermanito chiquito, porque es más chiquito”. Antes de los 3 o de los 4 años, la psicología es: “Todo yo, como se me canta a mí, lo que yo quiero”. Entonces, el “no” tiene que venir acompañado de un “yo auxiliar”, un papá o una mamá que me digan: “No le pegás a tu hermano, te atajo para que no le pegues”. Nos vamos a pelear menos también. Si yo espero que el de 3 no lo tire al piso al de 1, lo voy a retar un montón. Si yo no lo espero y me doy cuenta que es divertidísimo tirar al hermanito de 1 año al piso, y cuando le veo la cara de pícaro, me levanto y le digo: “Nooooooo, no lo tirás”, pero ya me levanté y lo agarré, no me voy a enojar. Y él se va a sentir un hijo bueno, porque también pensemos en esto: ellos terminan creyendo que son lo que nosotros les decimos que son. Si yo le digo que es desobediente, insoportable, mentiroso, que no lo aguanto; así se va a sentir. Y además así se va a comportar. En cambio, si logro ser yo auxiliar y te acompaño para que vos hagas las cosas como yo quiero, en líneas generales, el chiquito va a decir: “Ilumino la mirada de mi madre, ilumino la mirada de mi padre. A la hora de bañarme, me bañé; a la hora de comer, me senté en la mesa; a la hora de dormir, me fui a la cama; están encantados conmigo”. Es tarea de los adultos, no de los chiquitos, que estemos encantados con ellos. –Pero en esto puede ser que haya niños más desafiantes. ¿Viste la famosa frase de: “Te está probando”? ¿Cómo explicamos eso? ¿Es así? –A ver…”Yo le pego a mi hermanita, mi mamá viene corriendo. Si la llamo a mi mamá para que mire mi dibujo, no viene”. Entonces, dos más dos, cuatro: “Si yo quiero que mi mamá venga, tengo que hacer algo que sea una transgresión”. Entonces, sí, puede ser, no sé si es que la está probando, encontró que por las buenas la mamá no le hace caso y que por las malas, sí, entonces, sin querer, es la misma mamá la que está favoreciendo las malas. Si yo tengo un chiquito que se porta mal y no me hace caso, le tengo que hacer caso cuando se está portando bien, y probablemente ya no necesite llamarme tanto portándose mal. Son cosas que si uno las escucha son lógicas, pero cuando estás en la cancha no es tan sencillo. –No, no, no es tan sencillo. Pero para ayudar a las familias, a las primerizas sobre todo, ¿qué recursos o estrategias podemos mencionar a la hora de establecer límites? –El principal es este: las cosas se dicen una sola vez y me ocupo de que me hagas caso. Ese es el principal. Mientras me ocupo de que me hagas caso, también tengo tiempo para decir: “Vos querías seguir jugando con el teléfono de papá. Qué mala suerte que lo usa…”. Te lo saco y, sin enojarme, voy diciendo lo que a vos te va pasando. El problema es que todas las otras cosas (distraerlo, sacarlo afuera) están buenas, pero no pueden ser lo principal. Lo principal es: “Te digo lo que quiero que hagas, me ocupo de que lo hagas”.

–Y se lo digo cortito, ¿no? Cortito y concreto…. –Tal cual. Se lo digo en palabras que entienda. No es: “Portate bien”. “¿“Hoy me porté bien, mamá?”. Qué sé yo lo que es portarse bien. “Hoy hacele caso a la maestra”, porque vino con notita de que no le hizo caso. Seamos más concretitos en lo que le pedimos: “Vení a comer”, pero ponele que no venga a comer. Se levanta y tiene 2, 3 años. Lo voy a buscar y lo traigo de vuelta. Ni me enojo. La lógica es que comió cinco bocados, se le fue el hambre, se aburrió y se fue. Lo traigo de vuelta. Lo siento en la falda. O sea, me ocupo de que él haga lo que yo quiero que haga. A veces, le canto una canción; a veces, lo distraigo. Puedo hacer otro montón de cosas. Pero la regla principal es: “Te digo y me ocupo”, para que ellos vayan instalando en su cabeza: “Lo que dice mamá, lo tengo hacer; lo que dice papá, lo tengo que hacer”, y entonces ya queda automatizado. Está buenísimo lograr que las cosas ocurran por repetición. Pero tenemos chiquitos que les decimos diez veces que no abran más la heladera. Y tenemos chiquitos que les decimos 100 veces. Y entonces, nada, es así, y son chicos que necesitan que estemos un paso adelante impidiendo en vez de un paso atrás retando. No sé, tenés chicos que les decís: “Entrá, que te tenés que ir a bañar”. Y ya sabés que le decís que entre y va a salir corriendo para el otro lado. Entonces, salí con cara de nada, agarrarle la manito y le decís: “Vamos al agua”. O sea, hay que ser eficaces en la puesta de límites. –Claro, capaz si te enojaste en el medio, perdiste… –Perdiste vos, perdió el chico también. O sea, yo no quiero que no nos enojemos nunca, pero tratemos de no enojarnos. También pensemos que los chicos que desobedecen es porque son inteligentes y pensantes y vivos, o sea, no son tontos. Si yo sé eso, tengo que ser más viva que él, y para ser más viva que él, le agarro la mano y le digo: “Vamos al agua”. Entonces, te digo, me ocupo, pongo en palabras lo que te pasa, lo comprendo absolutamente y, en lo posible, no me enojo. Eso sería lo principal. Y después está: “Te distraigo y hacemos otras cosas”, porque no podemos todo el tiempo hacer esto. También los chicos tienen que poder protestar, y la mamá y el papá revisarán. –¿Qué pasa cuando ya probamos todos los recursos, todas las estrategias, y la situación se desmadra? ¿Es válido el grito? –Lo que pasa es que yo me desmadro cuando le digo las cosas: “Vení al baño, vení al baño, veníiiiiiiii al baño”. Y cuando grité, el chico fue al baño porque se asustó. Entonces instalé el método de que hasta que no me vuelvo loca, mi hijo no me hace caso. Cuando me desmadro, reviso, me pongo a pensar y cambio el método, los miro a mis niñitos y les digo: “De ahora en adelante voy a decir las cosas una sola vez”. Las digo una vez y me levanto. Y cuando me levante, no me voy a enojar.

–¿Se puede decir que hay métodos que quedaron en desuso, como la penitencia o los mismos gritos? –A nosotros nos educaron con gritos, con amenazas, con burla, con humillación, con penitencia, con desilusión. Y bueno, la teoría del apego, las neurociencias, la inteligencia emocional, nos hizo saber que se puede poner límites sin nada de eso. No estoy diciendo que “nunca vamos a gritar”, porque somos seres humanos…Un chiquito va a meter los dedos en el enchufe y le vamos a gritar. Pero no sólo eso, un día me va a agarrar cruzada y por ahí también le grito. No lo defiendo, pero va a pasar, es inevitable que pase. En líneas generales, sabemos que, en la medida en que el niño se enoja y mamá no se enoja, el niño se enoja y papá no se enoja, la autoestima va a ser más alta, los límites se instauran de mejor manera. Y ocurre otra cosa que es súper interesante: esta conciencia moral de la que hablé es como la heredera de los retos de papá y mamá, de los límites de papá y mamá. Entonces, si papá y mamá me gritaron, me empujaron, me amenazaron, me pusieron penitencias horribles, me sobornaron, mi conciencia moral va a estar llena de eso y voy a retarme un montón. En cambio, la conciencia moral de un chiquito criado con empatía, con buen límite, con papás que tienen control relativo de la situación, no control total, va a ser una conciencia moral protectora, no liberal. No es: “Hago lo que quiero”, no, sino “Papá y mamá tienen buenas razones para decirme lo que me dicen y yo voy internalizando ese modelo, y entonces yo me cuido bien y me quiero ver a mí misma”. En mi generación, nos decimos: “Torpe, siempre la misma, no hables tan rápido”, o sea, uno se reta a sí mismo un montón y es heredero de esos retos de cuando éramos chiquitos. –Y hoy se habla tanto de libertinaje, asociado erróneamente a la crianza respetuosa o positiva, ¿no es cierto? –La crianza positiva o respetuosa bien entendida dice esto que yo digo, porque implica respeto. Respeto tu persona, pero respetar tu persona no significa no ponerte protector solar. Yo te respeto, pero te cuido. Y respetar tu persona no significa que yo te deje andar boyando por adentro del auto y que te puedas golpear, si chocamos. Entonces, yo respeto tu persona, pero no respeto algunos actos o palabras que vos me estás diciendo. A los 7 años no me podés decir: “Estúpida”. Pero sí podés enojarte conmigo. No me podés dar una patada, pero sí podés enojarte. Entonces, la crianza respetuosa es eso: respeto que sos un ser humano, con pensamientos, con deseos, con ideas, pero eso no quiere decir que vamos a hacer todo lo que vos querés, porque para algo somos grandes y cuidamos, y para algo ellos son chiquitos y están a cargo nuestro. Pero esto nos pone en un lugar de mucha responsabilidad, porque son nuestros rehenes. Realmente es enorme la responsabilidad que tenemos y por eso está bueno ser dos, porque a veces papá no puede más y dice: “Por favor, mujer, vení, salvame”. Y a veces mamá no puede más y le dice al marido: “Por favor, vení, pará de trabajar, porque hoy no doy más”. Está bueno no estar solos y hoy es muy complicado eso, porque tenemos menos ayuda y probablemente trabajen padre y madre. O sea, criar en generaciones anteriores, fue más fácil. Las abuelas estaban más disponibles. Las mamás no necesitaban trabajar todas. Todo realmente era más sencillo. Incluso, hasta a veces había una tía abuela soltera, que venía dos veces por semana y nos ayudaba. Todo eso desapareció. Vivimos en una ciudad enorme, lejos de todos. Nos tenemos que arreglar solos. No sé, tenemos una niñera, y entro yo y sale la niñera, entonces tampoco nos enriquecemos. Lo dice [Carlos] González [pediatra español]: “Criamos en línea y no en paralelo”. Cuando estábamos la mamá, la abuela, la tía, íbamos aprendiendo de lo que hacían otros. Pero cuando sale la niñera y entro yo, ni idea de cómo lo durmió la niñera. Es en serie, uno entra, el otro sale. Llega el papá y la mamá le dice: “Chau, mi amor, me voy al gimnasio”, y entonces el papá tampoco aprende de lo que hace la mamá, y es muy complicado. Estamos muy solos en la educación. –La verdad es que sí. Y para cerrar este capítulo, me parece muy importante retomar esta idea del equipo, el que se conforma entre esa pareja, esa familia, ¿por qué no nos ayudás a sintetizar esto? –No podemos solos y está bien entender que no podemos solos, y está bien pedir ayuda y eso no nos hace frágiles ni nada, nos hace humanos. Y entonces armar un equipo sólido, donde tengamos bases de sustentación. Pero, como vos dijiste al principio, tenemos que poder hablar de estas cosas y tenemos que aunar criterios y, por ejemplo, criterios que me parece que valen: el “no”, vale. Si mamá dice que sí, papá dice que no, es no; si mamá dice que no y papá dice que sí, es no, y entonces esto es clarísimo. Hacen falta dos “sí” para que cualquier cosa ocurra. Listo. Y no me meto, salvo que vos me llames. Yo no me voy a meter a criticarte, si no me gusta lo que estás haciendo. Salvo que estés en una situación de violencia, te dejo. O, alguna vez entro y te digo: “¿Querés que yo siga?, porque te veo cansado. O sea, vamos haciendo pequeños acuerdos que nos ayudan un montón a armar este equipo, pero no podemos solos. Y si no tenemos un equipo y no tenemos pareja, armemos equipo con la abuela. –Sí, no lo centremos solamente en la pareja, sino en una red, un sostén… –Hace falta un pueblo para criar un niño. Y sí, hace falta un pueblo, tenemos que aprovechar, a veces es la maestra, a veces es la tía, a veces, la vecina, las que nos van a ayudar y acompañar en la crianza. Y está bueno criar en un pueblo.
Fuente: La Nación