Gestionar las emociones de nuestros hijos
Cómo ayudamos a nuestros hijos a validar y regular lo que les pasa
Encarar este proceso mientras los chicos nos miran, nos copian y replican nuestras reacciones tiene un impacto directo y positivo en su vida adulta
Texto Valeria Vera
¿Moda o más conciencia? Hablar de las emociones se emparenta, desde el discurso, a un reto ¿nuevo? que enfrentan las familias en la crianza actual. Sin embargo, las emociones existen y están presentes en nosotros desde siempre, porque son algo inherente al ser humano y no producto de su edad ni evolución. En contraposición con otras épocas, otras costumbres y otros estilos de crianza, en estos momentos “hay evidencia científica que muestra cómo es el neurodesarrollo de estos niños, sobre todo en los primeros seis años de vida”, y cómo se va formando su personalidad “no sólo con lo que traen, sino también con lo que les da el contexto”, profundiza Carina Schwindt (@psiconeuroinfancia), psicóloga, neuropsicóloga clínica infantil y co-autora de varios libros -junto a la psicopedagoga Mariana Fernández- como Nadie te enseña y ¿Y si nos calmamos?, en el octavo capítulo de la temporada 2 de “Primerizos, ¿y ahora qué?”, el ciclo audiovisual de LA NACION + ClubNutri, OSDE, Huggies y Plenitud. Los chicos nos miran, nos copian y replican nuestras reacciones y por eso la crianza para las familias representa uno de los desafíos más significativos, especialmente durante la primera infancia. Se trata de un proceso extenso que aspira y busca guiarlos, acompañarlos, enseñarles, y darles herramientas a futuro. Y dentro de ese camino en conjunto la gestión de las emociones cobra una importancia impensada, precisamente por el impacto directo que tiene en la vida adulta, en la autoestima que forjan, las habilidades sociales que adquieren y la tolerancia a las frustraciones que desarrollan, con confianza y resiliencia. “No queremos que nuestros niños no se enojen, ni que no sientan tristeza, ni que no sientan miedo, sino que tengan herramientas para poder regularlos”, plantea la neuropsicóloga, y destaca en esto el papel imprescindible del adulto para poder lograr ese aprendizaje: “´Tu calma, calma´, es la base de toda regulación emocional, sobre todo de un niño, porque la regulación siempre va a depender del adulto y ahí está el aprendizaje”. En ese contexto, invita a los papás y las mamás a ser más concientes de sus propias emociones en el día a día, a aprender a manejarlas y controlarlas, y desde ahí ofrecer distintas herramientas, como respirar, y técnicas, como el mindfulness, que ayudan a salir del piloto automático en el que estamos sumidos, centrarnos en el aquí y el ahora y bajar el estrés. “No se puede regular aquello que no conozco”, sostiene al marcar el punto de partida de esta propuesta enmarcada en la crianza respetuosa o positiva.

–¿Qué relación tiene la regulación emocional con que los chicos sean capaces de enfrentar los retos de la vida adulta? ¿Es moda o hay más conciencia de este tema? –Hay más conciencia porque hay evidencia científica que nos va mostrando cómo es el neurodesarrollo de estos niños, sobre todo en los primeros seis años de vida, que es donde más tenemos que hacer hincapié, porque su cerebro se está formando; su personalidad se está formando no solamente de lo que traemos, sino también de lo que nos da el contexto. –En ¿Y si nos calmamos?, el último libro que publicaron junto con Mariana Fernández, plantean que: “No se puede regular aquello que no se conoce”. ¿Por qué estos primeros años de los chicos son tan cruciales en ese sentido? –Uno de los motivos más frecuente de consulta como psicóloga, como neuropsicóloga infantil, es: “¿Qué hago con este niño que está incontrolable?”. Entonces, ¿Y si nos calmamos? viene a poner énfasis en que los protagonistas no son los niños, sino los adultos. Siempre un niño se va a regular por parte de un adulto, que esté con ese niño, en ese momento y en esa situación, porque su cerebro se está formando; en cambio, el del adulto ya está formado. Esto de hablar de regulación implica conocer para después regular. No puedo regular aquello que no conozco. Viene de la teoría de Daniel Goleman sobre la inteligencia emocional, que habla de las cinco habilidades de la inteligencia emocional, que son: conciencia emocional, regulación, autoestima, empatía y habilidades sociales. La primera, como mencioné recién, es conciencia emocional. Conocer para después regular. Pero conocer no quiere decir nombrar las emociones, o que los niños nombren las emociones: alegría, tristeza, enojo; eso es recitar, es como decir: 1, 2, 3, 4, ¿no? Las emociones primero se sienten en el cuerpo y después se expresan. Entonces, es importante que podamos sentir, tanto niños -si lo podemos enseñar, mucho mejor- como adultos, cómo sentimos para después regular aquello que sentimos. Cuando uno habla de regular piensa enseguida en las emociones que son negativas, pero en realidad no existen las emociones negativas, sino las que son displacenteras para nuestro cuerpo. No queremos que nuestros niños no se enojen, ni que no sientan tristeza, ni que no sientan miedo, sino que tengan herramientas para poder regularlas. Eso en eso se basa la inteligencia emocional o la regulación emocional propiamente dicha. –Con esto ya estamos ubicados en el tema. Ahora vamos a ver cómo hacemos para gestionar estas emociones y que ellos aprendan también a hacerlo, ¿no? Se dice que los chicos son esponjas y que van absorbiendo mucho del entorno. ¿Qué impacto tiene esto en su desarrollo? –Los niños en los primeros seis años de vida, sobre todo en los primeros tres, aprenden por dos mecanismos: imitación y ensayo y error. Esto de que son como esponjas es que absorben todo lo que pasa a su alrededor, no solamente lo que les decimos verbalmente, sino aquello que no les decimos. Nuestros vínculos, nuestras propias emociones, nuestra forma de relacionarnos con el entorno. Los niños no solamente traen lo genéticamente heredado, que eso se llama natura, sino la nurtura, que es lo que les da el contexto. De esas dos cosas se forma la personalidad. Y acá las neuronas espejo son clave porque aprenden por imitación. Las neuronas espejo son unas neuronas que hacen que podamos imitar lo que está haciendo la persona delante de nosotros. Como los niños aprenden por imitación, es más fácil que por ensayo y error, porque lo ven, y ya lo perciben y lo hacen. Ven y replican. –En el proceso de aprender a regular las emociones es muy importante la comunicación, motivarlos a que expresen lo que les pasa. ¿Qué estrategias hay para incentivarlos? –Retomando lo anterior, esto de las neuronas espejo, son la base de la empatía, ¿no? Y en la comunicación tiene que haber empatía, es otra de las habilidades de la inteligencia emocional. Entonces, para enseñar a los chicos a regularse, primero tengo que estar yo regulada. No puedo enseñar aquello que yo mismo no hago, teniendo mi cerebro formado. Hay un montón de estrategias que pueden ayudar a los padres, como cerrar los ojos. Si un niño puede hacerlo, automáticamente baja la intensidad de eso que está sintiendo en el momento, sale del escenario de la situación. –¿Cómo generamos ese momento? –Primero, hablando en voz suave. Por efecto de las neuronas espejo, si ese niño está reactivo y yo estoy reactiva, es un volcán. En cambio, si ese niño está reactivo y yo estoy receptivo, ese niño va a bajar en intensidad.

–“Tu calma, calma”, es lo que dicen ustedes todo el tiempo… –Siempre. Llevarlo a la práctica es muy difícil, ¿no? Porque en un momento donde ya no damos más: “´Uy, este nene, ¡qué le pasa!´, ‘¡Qué sé yo!´…´Calmate´”. A nadie nos gusta que nos digan que nos calmemos en momentos donde estamos desbordados, ¿no? Pero el tono de voz va a ayudar a que bajen la intensidad, no que se corte el berrinche. Los berrinches son parte del neurodesarrollo. No hay varita mágica que te diga: “Hacé esto que va a parar el berrinche”. Sí hay estrategias, técnicas, que pueden ayudar a disminuir la frecuencia y la intensidad, eso es lo que buscan, no que no estén. –¿Y qué otras herramientas podemos implementar los adultos a la hora de generar esta calma con los chicos y regular sus emociones? –A veces funciona el time-out en el adulto. Uno dice: “Pero me tengo que quedar porque la crianza respetuosa…”. No. Depende de lo que el niño sienta y quiera en ese momento. Sí validar esa emoción. Pero, a veces, me voy, respiro un ratito yo adulto, vuelvo y ya me cambia la energía. Vuelvo desde otro lugar. –Está probado que sirve… –Sí, pero no irse fuera del escenario, de la situación, estar dentro del campo visual, porque si no ya parece un abandono. Me calmo yo adulto y vuelvo desde otro lugar. Otra cosa que sirve es tomar un vaso de agua fría porque activa el nervio vago, que va por todas las partes del cuerpo y nos baja en intensidad, nos trae calma. Entonces, si estoy nervioso, me tomo un vasito de agua fría, porque uno regula así. Hay tres técnicas de regulación, propiamente dicha, por excelencia: respirar, tomar agua fría y mover el cuerpo (por ejemplo, caminar). Son todas cosas que en la vida cotidiana podemos implementar. Respirar sería lo mejor, pero eso se enseña en momentos de calma. Nunca le podés decir a un niño que respire cuando está en crisis, porque se hiperventila, más enojo le trae.

–Ustedes hablan mucho del mindfulness y lo asocian bastante con la calma. ¿Qué papel tiene esta técnica para regular a los chicos? –El mindfulness tiene que ver con la conciencia plena, con el aquí y el ahora. En la vorágine que estamos, estamos acostumbrados a esto, aquello, es como apretar el botón de apagar. Es decir, me calmo un ratito, paro, voy a respirar un ratito y vuelvo. Es una técnica que viene de Oriente, es milenaria. Y lo importante es que el mindfulness no hace falta practicarlo tanto tiempo como el yoga. Son cinco minutos por día. Es decir, cierro yo adulto los ojos, escucho los sonidos de alrededor, ¿no? Y en los niños también se enseña, desde los tres años, incluso antes. Voy a contar una experiencia personal. Yo tengo una nietita de tres años y como abuela me toca a veces ir a cuidarla, si los papás tienen que hacer cosas. Y llovía…es justo el momento para enseñar mindfulness. -Justi, cerremos los ojitos, ¿qué escuchás? (siempre hablando en voz baja) -La lluvia -¿Y qué más escuchás? -El Pipí (el pajarito) Bueno, eso es mindfulness. Y terminó. Fue un minuto. Si, por ejemplo, estás comiendo: “Uy, ¿qué textura tiene esto?”. Eso se llama comida conciente. Todo lo que sea conciente, traerlo en el aquí, en el ahora, nos hace tener noción de lo que está pasando en la realidad. Y eso conjuga con la regulación, es decir, estoy sintiendo, qué estoy sintiendo, por qué lo estoy sintiendo y cómo puedo hacer para gestionarlo. –Por eso ustedes hablan tanto, y se conecta con lo que estás diciendo ahora, de “salir del piloto automático” y hacer esa pausa, focalizarnos en el momento en que estamos. –En el aquí y el ahora. Es una práctica, como cualquier otra cosa, como lavarse los dientes, nada funciona de un día para el otro. Es cuestión de constancia, paciencia, esfuerzo y nos va a bajar el estrés tanto a grandes como a niños, mucho más a los niños y su vida futura.

–Vuelvo a algo que ya deslizamos y nos va a servir de marco para lo que sigue que es esta necesidad de conectar para comprender. ¿A qué apuntamos cuando hablamos de esto? –Hay una frase que es conectar para redirigir. Es esto que mencionaba antes: si yo estoy reactivo y este niño está reactivo, no hay una conducta que se pueda reacomodar. Los niños son corporales y sobre todo los primeros seis años de vida. Entonces, si yo no conecto con esa emoción que está sintiendo en ese momento, en el aquí, en el ahora, lo que hablamos, nunca va a poder reacomodar esa conducta. Entonces, yo puedo estar muy enojada porque no me hizo caso, tiró el agua, rompió un plato o lo que fuera… si yo me quedo con mi emoción y no conecto con la emoción que está sintiendo ese niño en ese momento, no va a haber reacomodación de la conducta. En momentos de crisis no se puede decir: “Bueno, ahora levantá el plato porque lo rompiste”, sino: “Se te rompió el plato y te había dicho que no corras con el plato de la mesa porque se podía romper. Vamos a juntarlo y después vamos a charlar”. En ese momento lo único que tengo que tratar de hacer es desactivar la amígdala, que está así, a pleno. Pero, claro, eso no quiere decir que yo esté contenta con lo que haya pasado, ni justificando lo que pasó. Por eso, en momentos de crisis, donde los berrinches son sumamente naturales y esperables dentro de la primera infancia, en mayor o en menor medida, van a pasar. El tema es que cuando un niño está en berrinche, o así en enojo, su poco cerebro racional está anulado, está actuando su cerebro emocional. Hay que tratar de desactivarlo para que lo poquito que tiene racional empiece a activarse de vuelta. Pero, ¿qué pasa? Si el adulto mismo no puede desactivar su cerebro emocional, ¿cómo le vamos a pedir un niño que lo haga? Entonces, de vuelta volvemos al principio: “Tu calma, calma”, es la base de toda regulación emocional, sobre todo de un niño, porque la regulación siempre va a depender de parte del adulto y ahí está el aprendizaje: cómo yo adulto lo ayudo a gestionar esas emociones, desde el enojo, desde el castigo o desde el aprendizaje. Es más trabajoso para el adulto que para el niño. –Lo mencionamos al pasar pero vamos a meternos de lleno en esas primeras emociones asociadas a enojos, frustraciones y que, a veces, incluyen mordidas o golpes. ¿Es esperable que esto ocurra? ¿En qué edades suele pasar? –Me encanta ese término [esperable] porque es el término correcto. Si fuera normal, todos los niños morderían, todos los niños tirarían del pelo. Sí es esperable. Quiere decir que dentro de esa etapa del neurodesarrollo es esperable que peguen, que muerdan, que escupan, que tiren del pelo. Los niños se rigen por dos principios: el de realidad, el aquí y el ahora, por eso es importante enseñar mindfulness, ya que no hay noción de temporalidad. Ellos no saben lo que es ayer, hoy y mañana. Y por el principio de placer: lo que quiero, lo quiero ya. Y ahí vienen las primeras frustraciones, porque uno empieza a decir: “No, no, no.” Y ahí están: “Sí, quiero; sí, quiero, sí, quiero”. “Esperá un ratito”. ¿Qué es un ratito? Los chicos no tienen esa capacidad de espera porque su cerebro no está preparado para esa capacidad de espera. Y, a veces, vienen los papás y me dicen: “Pero él entiende, porque yo le hablo y entiende”. Sí entienden, pero no al nivel que nosotros los adultos pensamos que entienden. No tienen ese pensamiento abstracto que nosotros sí tenemos. Y las primeras frustraciones, los primeros enojos, vienen a través de eso, de los “No”. Ahora viene de vuelta el rol del adulto. ¿Qué pasa si yo, para evitar las frustraciones, los enojos y demás, todo el tiempo le estoy dando [eso que quiere]? Su umbral de tolerancia a la frustración siempre va a estar por el suelo, ¿no? Entonces los niños tienen que aprender a enfrentar esas primeras frustraciones que son parte de la vida, porque en la vida vamos a tener muchas frustraciones. Yo les digo siempre a los papás: que lo que los niños necesitan sí o sí es comer, bañarse y dormir. Son necesidades que no pueden esperar. Todo lo demás puede esperar. Y ahí es donde necesitamos que los adultos puedan ayudar a gestionar. –Esos berrinches, esos torbellinos, ustedes los describen en el libro como un niño que pasa de ser “chiquito y tierno” al “Demonio de Tazmania”. ¿Cómo abordamos esto? ¿Hay algunos que son más predecibles que otros? –Por supuesto. El berrinche es una explosión, que irrumpe enseguida. Pueden ser manifestaciones físicas que tengan que ver más con esto: “Me enojo, grito, escupo, pego o lo que fuera”. O puede ser que solamente se enoje y quede ahí gritando. Pero eso tiene que ver más con las emociones, con lo que está sintiendo en ese momento. ¿Cómo actúo yo adulto? No dándole lo que quiere para que deje de llorar, porque en realidad eso va a ser cada vez con mayor frecuencia y mayor intensidad. Entonces siempre le va a faltar el pelo al huevo para estar bien, porque va a depender de un otro que le da aquello que no puede sobrellevar. No le estamos dando herramientas para gestionar. Y lo otro es esto y depende del niño: hay quienes quieren que te quedes al lado o que los abraces. Siempre que vayamos a poner órdenes, que sean cortitas y concisas. No tanto sermón ni palabrerío, porque los niños se rigen por el pensamiento concreto y no tanto racional. Yo uso mucho una técnica de regulación que pueden implementar en los primeros seis años de vida, en los que no hay noción de temporalidad: el reloj de agujas, no la alarma del celular (que es para después de los 7 u 8 años, donde ya empieza el registro de temporalidad): “Mirá, cuando la aguja grande esté acá, nos tenemos que ir a bañar”. Ellos no saben la noción de tiempo, pero sí de movimiento. Van viendo cuándo pasa. Entonces, eso ayuda a ordenar un poco la rutina de esto, del caos, a ponernos en orden. Y en el momento específico de un berrinche, lo que mencionamos antes: si quiere que me quede cerca, me quedo cerca; si se quiere ir a la habitación, puede irse, yo no lo abandono; él puede irse y después volver. –¿Hasta qué edad podemos hablar de berrinches? –Específicamente y con más intensidad, entre los dos y los cuatro años, después ya tiende a bajar, no es que no van a tener, pero ya tiende a disminuir. Después, siempre hay que retomar aquello que pasó, no en el momento, después de que baje ese cortisol. Un berrinche es cortisol, cortisol, estrés en el cerebro. Necesitamos que baje. Al menos una hora tarda en bajar el cortisol de nuestro cerebro. Entonces necesitamos esperar que baje un cambio y después retomamos.

–O sea retomamos, no hacemos borrón y cuenta nueva, y en el mismo día… –En el mismo día y tampoco después. Hay quienes me dicen: “¿Anticipación o castigo?”. En los castigos, en realidad, no hay aprendizaje: “Ahora no vas a ver la tele porque no te fuiste a bañar”. Ahí no hay aprendizaje, porque yo no le avisé que si no se iba a bañar, no iba a ver la tele. En cambio, si uno se anticipa ya con rutinas… “Mirá, ante esta situación, esperamos que logres esto, si no pasa, esta consecuencia”. La consecuencia que los padres quieran poner. Ahí hay aprendizaje porque empieza a funcionar el control inhibitorio. Tienen esto de acto-consecuencia: “No me conviene hacer tanto lío porque la consecuencia va a ser esta”. –Le anticipaste y le das un marco a la acción, a la conducta… –Claro, le doy un marco –Te escuchaba y automáticamente pensaba en un niño de dos años y en este estigma que pesa muchas veces sobre él: “los terribles dos”. ¿Qué tan terribles son los dos años? ¿Es un mito o una realidad? –Son terribles, pero no tanto. A partir de los dos en adelante empiezan a tener más autonomía y eso trae más desgaste para los adultos. Lo que pasa es que a los dos empiezan a manifestar más, hay más lenguaje, más de esto de: “Yo quiero”, esto del principio del placer. Antes de los dos años estaban más ligados a lo que los padres querían que logre. En cambio, a los dos ya empiezan y eso trae consecuencias, porque como se rigen por el principio de placer, no quieren. Entonces parece que hay más enfrentamiento y uno dice: “Parece un adolescente y tiene dos años”. –Y te lo preguntaba, sobre todo relacionado con los dos, porque no se escucha “los terribles tres”, “los terribles cuatro”… –No, porque empieza a los dos, todo esto empieza ahí. –Bueno, repasamos lo que es la gestión de las emociones, lo que implica, las estrategias. Hablamos también de las primeras frustraciones. En resumen, ¿cómo ayudamos a que un niño aprenda a reconocer esas emociones y a gestionarlas? –Que un niño aprenda a gestionar es a través del pensamiento concreto, ¿no? Dijimos que primero hay que conocer para después poder gestionar o regular. Sí está bien que las puedan nombrar, pero no solo nombrarlas: ¿Cómo se sienten en el cuerpo? “¿Estás enojado?” “Mirá, cuando el cuerpo está enojado, sentimos calor, nuestro ceño se frunce. Cuando estamos contentos nos reímos”. Podemos ver películas, parar y decir: “Mirá, ¿cómo se siente, Coco, en este momento?”. Porque como se rigen por el pensamiento concreto, lo que veo es lo que existe, siempre en la primera infancia acompañar a través de libros, de imágenes, va a ayudar un montón. Pero no solo eso. Acuérdense que no es sólo nombrar, sino experimentarla en el cuerpo: “¿Cómo te sentís? ¿Qué sentís? ¿Te duele la panza? Cuando sentimos miedo es como un tambor en el corazón”. Bueno, todo eso es conciencia emocional para después poder regular. –¿Y sirve esto de ponerse a la altura, desde lo físico, para contenerlos? –Sí, sirve. En momentos de berrinche me puedo sentar en el piso, al lado. La verticalidad siempre está ahí, inconcientemente, esto de lo superior versus lo inferior: “Mirá, somos personas los dos, la estás pasando mal y te quiero ayudar”. Ese es el mensaje. ¿A qué adulto no le gusta que le den un abrazo cuando se siente mal? Los abrazos, o el estar en un contacto con otro, libera oxitocina, libera dopamina. Entonces eso nos calma. Ellos se dan cuenta si vos estás calmado o no, son esponja, volvemos siempre al principio. –Para ir cerrando, ¿qué efectos tiene en lo cotidiano y a largo plazo la gestión de las emociones en los chicos? –En el futuro van a ser mejores niños, con mejor autoestima, mejor tolerancia a la frustración, con mejores habilidades sociales, personas más resilientes, menos depresivas, menos ansiosas. El problema de los adultos de nuestra generación es que por ahí no nos enseñaban a conectar la razón con la emoción: “Bueno, listo, te callás y punto”. Eso es la evidencia científica, de decir: “Bueno, esto que pasa, te pasa por algo, aprendé a gestionarlo y eso va a evitar un montón de cosas en la vida adulta”. Estamos formando personas sanas psicológicamente para el futuro, que puedan hacer frente a las adversidades. El tema es cómo enfrentamos aquellas cosas no tan lindas que pasan y eso se enseña en la infancia.
Fuente: La Nación