Magaldi: tan grande como Gardel
Pero un fugaz romance con Evita lo condenó al olvido
Agustín Magaldi es uno de los cantores de la trilogía fundadora del tango; Raúl Apold se dedicó a silenciar su voz porque enojaba al General
LA NACIONFranco Varise

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Hubo un tiempo remoto. Cuando los mitos no eran mitos. Cuando las calles adoquinadas de Buenos Aires se rendían ante el sensual ronroneo de algún bandoneón. Tiempos lejanos donde los hombres jóvenes parecían hombres adultos. Y las voces indiscutidas del tango eran tres: Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi: “el cantor callado”. Antes de que la historia oficial sellara para siempre el calibre de estas figuras, hay que decir que Magaldi, el único argentino de nacimiento, terminó convirtiéndose en una celebridad de nivel gardeliana. Aunque hoy se lo recuerde vagamente. Una voz casi olvidada, podría decirse.
¿Qué ocurrió con su legado? Existen fanáticos que aún mantienen su llama encendida en grupos perdidos de Facebook y especialistas que, de vez en cuando, traen al cantor al presente. Pero al lado de Gardel, Corsini y voces posteriores como Roberto Goyeneche o Edmundo Rivero ocurre poco y nada con Magaldi.
Así fue como una noche cualquiera del siglo XXI, en un reducto porteño del barrio de Almagro alguien dejó caer sobre la mesa una sentencia que podría definirse como incisiva: “A Magaldi lo callaron porque tuvo un romance con Eva Duarte y cuando se convirtió en Eva Perón lo cancelaron”. A oídos poco curiosos el comentario pasó como una anécdota incomprobable, pero quedó flotando en el aire. Y, en tren de indagar un poco en esa especie, surgen datos más que jugosos sobre Agustín y Eva; sobre las polémicas menciones en series y películas de esa aventura romántica y el final prematuro del cantor con un velatorio por las calles de Buenos Aires tan masivo como definitivo para su historia.
Lo cierto es que no hay registros de la relación que mantuvieron Magaldi y Eva durante unos meses de 1937. Cartas y fotos que estaban en posesión del hermano mayor de Magaldi, Blas, fueron supuestamente quemadas ante la presión de ciertos sectores cuando Eva Perón falleció. Hubo muchos rumores, versiones amañadas sin rigor histórico y especulaciones en torno de ese corto romance estigmatizado.
“La voz sentimental de Buenos Aires”, como se lo había apodado a Magaldi nació en 1898, en Rosario, y murió en 1938, a los 39 años, en Buenos Aires de un cáncer de hígado que hizo estragos en su salud. Una existencia corta en la que grabó más de 600 canciones, entre tangos y otras músicas populares. De su versión de “El penado 14” llegaron a venderse un millón de copias: una cifra gigantesca para cualquier época. Magaldi, como los primeros cantores solía interpretar otros géneros (paso doble, canciones criollas, canzonetas italianas), dado que la evolución identitataria del tango estaba en proceso de construcción. No obstante, el acento en el relato, la lírica y la letra, como en Gardel y Corsini, era la razón de ser de ese tango fundacional y guitarrero. Magaldi interpretó crónicas fascinantes como la de “La muchacha del circo” o historias misteriosas como “Nieve”. La capacidad tímbrica y tonal de “la voz sentimental” de Magaldi, más cercana a la de los tenores de ópera que al de cantor popular, dotó a sus interpretaciones de una épica y vuelo único. Un lenguaje extinguido: nadie siguió ese estilo, solo su hijo, “Agustincito” que falleció en Rosario en 1988 a los 55 años, sin haber logrado convertirse, injustamente, en una de las voces icónicas de la segunda edad de oro del 2X4.
Gustavo López Caballín es probablemente hoy el “magaldófilo” más importante que pueda consultarse. Tiene 66 años, vive en Brasil y es chofer de camiones de larga distancia. Desde los 17 años estudia obsesivamente la vida de Agustín Magaldi, al punto que la familia del cantor lo adoptó como parte de su círculo más íntimo. Escribió el libro La vos sentimental y terminó erigiéndose por pasión y amor como el único autorizado por la familia para preservar el legado del cantor. Es quién conserva con amor y cuidado el panteón de Magaldi en el cementerio de la Chacarita.
“Agustín falleció 5 años antes de que Eva conociera a Perón… si Eva no hubiera sido Evita la historia habría sido otra para Magaldi”, dice entreabriendo con mucho sigilo una grieta de hace 80 años. “Se dijeron muchas mentiras acerca de cómo se conocieron y las fechas en las que ocurrió. Incluso en producciones como la película Evita y la serie Santa Evita presentan a un Magaldi gordo, grandote y con bigotes, cuando él era flaco, petiso y nunca usó bigotes. Además, aparece cantando ”El bazar de los juguetes», un tango que se editó en el 43 o 44 cuando Magaldi ya había muerto”, dice López Caballín con cierto tono de comprensible indignación. “No sé si eso lo hicieron por ignorancia o malicia”, agrega.
“Todas estas cosas todavía permanecen ocultas. Hasta la década del 50 Magaldi estaba tan difundido como Gardel, pero a partir de ahí para algunos ‘historiadores’ del tango Magaldi pasó a ser prácticamente una mala palabra: se lo subestimó, socavó y siempre lo opacaron en comparación con otros”, explicó.
Como en el tango, aquel “beguén” con Evita definió el destino de su leyenda. Suele reproducirse que Magaldi casi secuestró a la joven Eva de su hogar en Junín y que la pobre muchacha viajó con el viejo cantor de tango a la gran ciudad engañada y necesitada de forjar su destino artístico. Incluso las fechas de esos acontecimientos aparecen fraguadas: se ubica su encuentro en 1934, cuando Magaldi estaba casado. Pero, según López Caballín, el cantor estuvo en Junín en 1936 donde conoció a doña Juana Ibarguren, madre de Eva. Doña Juana le solicito a Magaldi que le diera una mano a su hija que era actriz en Buenos Aires. El encuentro entre Eva y Magaldi ocurrió casi un año después.
El cantor vivía en la esquina de las calles Moreno y Solís, en el mismo edificio donde también residían Eva y su hermano Juan. Los hermanos Duarte ocupaban el último piso, un departamento pequeño cuyo alquiler estaba a cargo de la bodega donde trabajaba Juan como representante. En algún momento, el hermano de Eva aprovechó un cruce con Magaldi, que alquilaba un piso grande abajo, y le recordó lo de su hermana. Eva y Agustín se conocieron poco después. Entablaron una relación amorosa que habría comenzado entre marzo y abril de 1937. Magaldi ya se había separado de su esposa por rabiosas incompatibilidades de estilos de vida: Agustín era afecto a la dulce policromía de la noche porteña y las amistades cuadrúpedas del turf. Con Eva todo finalizó entre septiembre y octubre de ese mismo año, después de que Magaldi la presentara como figura en Radio Belgrano. Ahí comenzó otra etapa para la carrera artística de Eva y empezaría, en cambio, a caer el telón sobre la leyenda de Magaldi.
Según López Caballín, el factor Eva no colaboró de forma positiva con la imagen de Magaldi. “En vida fue tan importante como Gardel, incluso sus discos se vendían más. Llenaba teatros en todos lados y se lo difundió mucho hasta la década del 50. Después empieza a intervenir la política. Cuando Evita muere, Raúl Alejandro Apold, el secretario de medios de Perón, se dedicó a recorrer las radios “aconsejando” que no se difundiera a Magaldi porque se podía llegar a enojar el General, eso está probado”, comenta el coleccionista y mayor conocedor de la historia del cantor.
Ese hecho, también habría sido utilizado en el mundo ajedrezado de los “gardelianos” que veían en Agustín una pieza que competía en el tablero de Carlos. Aunque nunca existió tal rivalidad entre los cantores, algunos aprovecharon para criticar a Magaldi desde la mirada conservadora que caracterizó a los “gardelianos”: hicieron foco en el tono social de algunas letras (“Levanta la frente”) y en el romance con diferencia de edad con Eva.
Hoy, la calle Agustín Magaldi nace en el Riachuelo y muere en las vías del tren, cerca del estadio de Barracas Central. Diez cuadras poco transitadas, desangeladas, lejos del centro, que concentran una historia tan apasionante como misteriosa. Diez cuadras porteñas de memorias inconclusas, grietas en el asfalto y el sonido lejano de esa voz que, como ninguno, le cantó al canon argentino.
Un sentir de novela gótica y tanguera que concluyó el 8 de septiembre de 1938. A las 7.15 de ese día, Don Agustín apenas pudo incorporarse con un último esfuerzo en la cama de la clínica donde estaba internado. Vomitó sangre y terminó desplomándose sobre la almohada. Llegó a decir, “mamá”, y cerró los ojos para siempre.
Por Franco Varise
Fuente: La Nación