8 millones de argentinos usan psicofármacos

Confort emocional. El consumo de estas sustancias se centra, analiza Arizaga, en «ganarle al sentimiento de vulnerabilidad».

El octavo día. La multipremiada película de Jaco Van Dormael, de 1996, cuenta el encuentro entre Harry (Daniel Auteuil), un ejecutivo agobiado que tiene todos los tics del mundo corporativo, y Georges (Pascal Duquenne), un joven con Síndrome de Down.

¿Cuál es la peli en la que Daniel Auteuil entrena todas las mañanas su sonrisa ganadora ante el espejo? ¿El octavo día? Esa imagen de un tipo sobrepasado, que intenta domesticar su angustia antes de salir a lidiar con la ración de jungla que le toca para ganarse el pan, bien podría ser uno de los rasgos del «management del yo» que analiza Cecilia Arizaga en el libro Sociología de la felicidad. 

Su investigación, realizada entre los sectores medios profesionales del área metropolitana de Buenos Aires, ahonda en la «gestión de la incertidumbre» propia del capitalismo tardío, en el que el riesgo y la inestabilidad son reglas.

A partir de los valores e ideas asociados con el bienestar y la calidad de vida dentro de ese grupo, la socióloga analiza tres fenómenos contemporáneos: la construcción de un nosotros en barrios cerrados o exclusivos; el repliegue hacia lo doméstico en busca de una nueva sensibilidad y el consumo de psicotrópicos, que permite lidiar con la demanda y la competencia sin fin. Medicina para sostener la «performance»

Confort emocional. El consumo de estas sustancias se centra, analiza Arizaga, en "ganarle al sentimiento de vulnerabilidad".
Foto: Mario Quinteros.

Las estadísticas lo confirman. En la Argentina, según datos del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos (Safyb), 8 millones de personas se «empastillan» para tratar insomnio, ansiedad, nerviosismo y depresión. No en vano un eslogan del ansiolítico más vendido del país afirma: «Puede ser muy estresante construir un mundo sin estrés». 

2.

Para leerte mejor

«Blanqueamiento» llama el francés David Le Breton, sociólogo también, al deseo de borrarse de uno mismo y entregarse a la deriva ante un presente que agobia. Esa sensación que el autor analiza en Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea puede tomar otras formas en la ficción. Ismael, el narrador de la clásica Moby Dick, de Melville, confiesa en la primera página que embarcarse es su modo de «disipar la melancolía». A falta de naves balleneras, en Hágase usted mismo, la nueva novela del argentino Enzo Maqueira, el protagonista se fuga hacia el sur para empezar de nuevo.

Por: Raquel Garzón

Fuente: Clarín