En el año 2020, unas 280 millones de personas tuvieron que dejar sus tierras. Esa postergada marea humana despertó sentimientos xenófobos en nuestro continente. Karg -periodista, politólogo y analista internacional- analiza estas actitudes tan lejanas al “nadie se salva solo” del papa Francisco.

Por Juan Manuel Karg

La reciente protesta de militantes de derecha chilenos que se oponen a la llegada de venezolanos. (Foto: AFP).
Una turba descontrolada, movilizada contra familias de migrantes venezolanos, bajo la consigna “No más inmigración ilegal”. La escena sucedió en Iquique, Chile, y no fue parte de una serie distópica, estilo “Years and Years”. Pasó en la vida real. Dos fotos terminan de mostrar la barbarie, la deshumanización: las pertenencias de estas familias de migrantes quemadas (carpas, colchones, bolsos, juguetes) y un autito de bebé a punto de ser incinerado. Luego, otra imagen: la de una nena con su mochila mirando como quedó todo, tiempo después. En el medio, dos canciones al son del fuego: “Chile para los chilenos” y el famoso “Chi chi chi le le le” de cancha, ahora en señal chauvinista, desafiante.

«El discurso xenófobo, asimilando migración a delincuencia, que por desgracia se ha ido volviendo cada vez más frecuente en Chile, alimenta esta clase de barbarismo» reflexionó Felipe González Morales, relator especial de las Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos de los migrantes, en su cuenta de Twitter.

Si en Argentina el peronismo kirchnerista popularizó la frase “la patria es el otro”, la derecha extrema chilena bien podría enarbolar una modificación: “el peligro es el otro”. Una exteriorización que se expresa en el lento, pero sostenido crecimiento de la candidatura de José Antonio Kast, el pichón de Bolsonaro chileno que los 11 de septiembre defiende el golpe de Pinochet a Allende bajo el argumento de haber impedido una “revolución marxista” en ese país. Kast, que busca arrimarse a ese 20% que rechazó impulsar una nueva Constitución, no disimula en su acercamiento al presidente de Brasil, al que defendió en el primer debate presidencial, la semana pasada.

Más allá de que la Fiscalía de Iquique haya ordenado a la Policía avanzar con las investigaciones pertinentes, la brutalidad de las imágenes demuestra que probablemente haya sido una ilusión o una quimera, aquella idea que planteaba “de la pandemia salimos mejores”. Porque podemos ser víctimas de la situación social/política en nuestros países, brutalmente golpeados en términos económicos, y luego ser nuevamente víctimas en otras fronteras, tratando de buscar un destino, de hacer una experiencia, de vivir una vida. América Latina, continente que históricamente ha sido el más desigual, enfrenta ahora abruptas caídas económicas -en algunos casos hasta con mermas del 10% del PBI- producto de la pandemia y sus secuelas. Y si no tributan los más poderosos, ese 1% que más tiene y al cual el propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, intenta gravar en su país, el desolador cuadro es el que se nos aparece ante nuestros ojos: una clase media empobrecida, taladrada con el discurso xenófobo del “vienen por tu trabajo”, versus familias que buscan una certeza, un guiño, una posibilidad, a miles de kilómetros de su tierra natal.

Miles de migrantes haitianos que pretenden entrar a Estados Unidos son detenidos en la frontera mexicana.
A toda esta descripción se le suma lo que pasó la semana pasada en la frontera de Estados Unidos con México. Allí, la policía fronteriza persiguió a miles de migrantes haitianos a caballo, con una violencia inusitada. Todo eso hizo que Daniel Foote, quien era hasta ese momento Enviado Especial de Estados Unidos para Haití, decidiera abandonar su cargo. ¿Y qué dijo textual en su renuncia? “No estaré vinculado con la inhumana y contraproductiva decisión de Estados Unidos de deportar a miles de inmigrantes haitianos, un país donde los funcionarios estadounidenses están encerrados en instalaciones protegidas debido al peligro creado por grupos armados que controlan la vida cotidiana”.

La situación en Haití es desesperante: al magnicidio ocurrido contra Jovenel Moise, en el mes de julio, se sumó un nuevo terremoto ocurrido el 14 de agosto pasado. Argentina desarrolló una misión de Cascos Blancos, organismo dependiente de Cancillería. Nuestro país puede sentir orgullo: en la ciudad de Corail funciona el Hospital Néstor Kirchner, donde la Misión Humanitaria coordinada con el Ministerio de Defensa instaló carpas sanitarias para aumentar la capacidad de recepción de pacientes. Una pequeña luz en medio de la desolación, un gran remedio para un gran mal.

Otro tema vinculado a la xenofobia tuvo lugar recientemente en Santa Cruz, Bolivia. Allí el gobernador, Luis Fernando Camacho, uno de los artífices del golpe de Estado contra Evo Morales en noviembre de 2019, no dejó hablar en un acto al vicepresidente David Choquehuanca, de origen aymara. Los simpatizantes de Camacho, además, bajaron una bandera Whipala, aquella que identifica a los pueblos originarios de nuestro continente. Camacho repitió la teoría de fraude (la que instaló la OEA de Luis Almagro y que la propia elección 2020 desmintió, colegio por colegio) y negó el golpe por el cual Jeanine Añez está detenida. “Santa Cruz no es la hacienda de nadie” contestó el presidente, Luis Arce Catacora, confrontando con Camacho.

A partir de su nueva Constitución, forjada al calor de movilizaciones populares, Bolivia se reconoce como un Estado Plurinacional, nación de naciones: ese camino busca seguir el Chile que eligió a la mapuche Elisa Loncón al frente de la Convención Constitucional; el Chile que protestó en las calles desde 2019 contra el modelo neoliberal. Pero en ambos países los exponentes de las derechas duras siguen jugando sus naipes: Camacho, desde una gobernación que al momento lo salvaguarda del accionar judicial, redobla la apuesta contra el gobierno constitucionalmente electo. La turba iracunda de Iquique hace lo propio: se manifiesta contra las y los venezolanos, pero también cuestiona al propio cuerpo que se encargará de realizar una nueva Carta Magna.

La migración no es un fenómeno nuevo. Y tampoco lo será en el futuro. La xenofobia tampoco es un fenómeno novedoso. El desafío regional es mejorar las condiciones socio-económicas dentro de cada país (suena fácil escribirlo y muy difícil llevarlo adelante en estas condiciones) y, en simultáneo, dar seguridad a aquellas y aquellos que busquen mejores condiciones de vida fuera de sus países. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) debe dar un paso adelante en el tratamiento de ambas agendas, construyendo pisos de acuerdos entre sus heterogéneos socios. El gran desafío es el de pensar una América Latina y el Caribe de la pospandemia. El “nadie se salva solo” del papa Francisco, pero no solo en términos individuo-colectivo sino también en el plano nación-región.

Fuente: Télam