Palacio San Jacinto en el partido de Rojas

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Aimbolizó la mejor época de la aristocracia porteña y terminó desguazado

Era el casco de la estancia que dominaba unas 75.000 hectáreas en el partido de Rojas; construido en estilo pintoresquista era tan imponente que lo llamaban “el palacio”

PARA LA NACIONSilvina Vitale

Ni el peor de los pronósticos podría haber anticipado semejante final para una propiedad de tal envergadura. El Palacio San Jacinto fue una de las construcciones más majestuosas de su época. Ubicado en la localidad de Carabelas, en el partido de Rojas, provincia de Buenos Aires, no solo resultaba imponente la cantidad de hectáreas que ocupaba la estancia, unas 75.000, lo que llamaba especialmente la atención era su casco. Se trataba de una espectacular construcción diseñada por el arquitecto francés Louis Faure-Dujarric, un referente de la arquitectura francesa de principios del siglo XX, tan admirada por estas tierras.

San Jacinto era un símbolo de la aristocracia terrateniente argentina, le perteneció a María Unzué de Alvear, a quien apodaban “la Beba”, quien había heredado la estancia de su padre Saturnino Enrique Unzué. Levantado en 1920, contaba con el máximo lujo y con lo último en tecnología de esa época.

El Palacio San Jacinto fue una de las construcciones más majestuosas de su época
El Palacio San Jacinto fue una de las construcciones más majestuosas de su épocaGentileza Máximo González Álz

Según explica Adolfo Brodaric, investigador especializado en Arquitectura, fue María quien ya viuda de Ángel Torcuato de Alvear (hermano de Marcelo Torcuato de Alvear, presidente de la Nación entre 1922 y 1928), encargó la gran casa que alternaba con sus otras residencias. En realidad, ella vivía en la casa que estaba en las actuales avenida Alvear y Libertad, diseñada por el arquitecto Juan Antonio Buschiazzo -también demolida-, sin embargo, según la época del año se trasladaba a una u otra residencia. “Era gente de mucha fortuna que hacía viajes largos a Europa o pasaba temporadas en Mar del Plata. Otras veces María iba a las sierras de Córdoba donde también tenía una gran casona, la llamada mansión Toledo, de otro arquitecto prestigioso, León Dourge. Y también pasaba algunos meses en el campo, en esta estancia San Jacinto”, señala.

Pintoresquismo bonaerense

El Palacio fue levantado bajo la influencia pintoresquista por Dujarric, uno de los predilectos de la familia Unzué para quienes realizó obras importantes, entre ellas el Asilo Unzué de Mar del Plata. Sergio Javier López Martínez, arquitecto especializado en Patrimonio, sostiene que San Jacinto representaba un claro ejemplo del primer pintoresquismo de principios de siglo. Tenía algunas particularidades, como la planta en U, una característica de los cascos de estancia del siglo XIX en toda el área bonaerense e incluso más allá.

Una postal de la época
Una postal de la épocaGentileza Adolfo Brodaric

“Algo para tener en cuenta es que la construcción tenía una especie de fachada de recibo, adonde llegaban los carruajes y demás, en un estilo neoclásico o italianizante y el resto de la arquitectura que armaba la U hacia el jardín era totalmente pintoresquista, en estilo normando. Este reconstruía un poco toda la arquitectura de la cabaña de madera, los techos preparados con sus pendientes para recibir la nieve, con voladizos sobre las fachadas”, explica López Martínez.

Sin embargo, aclara que la fachada pertenecía a otra tradición arquitectónica, que es la del clasicismo y no al pintoresquismo y, sin embargo, ambas convivían en el mismo edificio. “Por eso se trata de un estilo ecléctico porque mezclaba estilos incluso hasta de tradiciones distintas, casi opuestas, como el clasicismo y el pintoresquismo en un mismo edificio”, advierte el especialista en Patrimonio.

La gran dama de beneficencia

Explica la historiadora Marisa Vicentini que el padre de María Unzué de Alvear, Saturnino, había acumulado una gran cantidad de tierras. Tuvo cuatro hijos: la mencionada María, Ángela, Concepción y Saturnino, entre quienes repartió su inmensa fortuna. “La segunda generación de descendientes de Saturnino continuó siendo increíblemente rica en una sociedad de ganaderos, estancieros que además se dedicaban a la política. Desde ese riñón se manejaba el poder político y la economía del país y no había ningún tipo de movilidad social”, señala.

Y considera que, particularmente María, la dueña de la estancia San Jacinto, era una figura interesante porque como no había tenido hijos se dedicaba de lleno a las obras de caridad. Entre muchísimas de ellas, se cuentan hospitales, maternidades, escuelas de huérfanas y asilos, entre los que se destacó el Asilo Unzué que mandó a construir en Mar del Plata junto con su hermana Concepción. También realizaba donaciones y financió la construcción de numerosos templos, entre ellos la iglesia Santa Rosa de Lima, en la actual avenida Belgrano al 2200 de la ciudad de Buenos Aires donde se encuentra sepultada junto con su esposo.

En 1950, las herederas vendieron la estancia a una empresa de origen estadounidense que tenía filial en Montevideo
En 1950, las herederas vendieron la estancia a una empresa de origen estadounidense que tenía filial en MontevideoGentileza Máximo González Álz

Ella participaba de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires y, de hecho, presidió esta estructura que tenía casi un siglo de trabajo en la caridad. Según detalla Vicentini durante muchos años la sociedad fundó una enorme cantidad de instituciones con el dinero que las damas de beneficencia juntaban en las donaciones de esta misma clase social. Sin embargo, más adelante, a partir de la llegada del peronismo todo cambió y estas estructuras comenzaron a desmantelarse por completo. Entonces, el Estado asumió el rol de la asistencia social.

La historiadora destaca el trabajo de beneficencia que hacían estas señoras de la alta sociedad y aclara: “No eran ningunas improvisadas, estaban en todos los detalles, por ejemplo, qué se cocinaba en los asilos de huérfanos, hasta se ocupaban de revisar personalmente que la harina no tuviera gorgojos. Por ejemplo, si había subido de precio un proveedor buscaban otro, eran unas administradoras muy eficientes, lo que se perdió totalmente después”, asegura. No obstante, todo esto se diluyó en pocos años.

Y aclara que varios factores llevaron al ocaso de la Sociedad de beneficencia, por un lado, el aspecto económico político había cambiado. Luego de la crisis mundial de 1930 el campo se vio afectado profundamente por la recesión, la Argentina dejó de vender sus productos al exterior y mermó el caudal de dinero para los terratenientes y referentes del modelo agroexportador.

El caserón estaba en el partido de Rojas
El caserón estaba en el partido de RojasGentileza Máximo González Álzaga

Luego, la Segunda Guerra Mundial también afectó a la economía local ya que se dejó de exportar carne principalmente a Inglaterra uno de los grandes compradores y a los Estados Unidos. “En ese contexto el peronismo empezó a aguijonear a las damas de beneficencia para sacarlas del medio. Particularmente se dio una situación entre la entonces primera dama, Eva Perón, y María, presidenta de la Sociedad de Beneficencia. La Sociedad no le otorgó la presidencia honoraria de la institución, como solía hacerse con las primeras damas, a Eva y esto abonó el terreno para que esta definiera rápidamente que ella se haría cargo de la asistencia social porque consideraba que una tarea que le correspondía al Estado”, cuenta Vicentini.

De a poco, se las desgastó con conflictos que surgían en los lugares que tenían a cargo, por ejemplo, con trabajadores sindicalizados en los asilos, maternidades y hospitales. Distintas acciones determinaron que las damas ya no pudieran seguir con sus tareas como lo hacían habitualmente. “Se erosionaron las bases de su obra caritativa y estas mujeres se encontraron con millones de problemas que las alejaron de la función social que habían llevado adelante durante muchos años”, advierte.

Al mejor postor

En cuanto al Palacio San Jacinto, debido a que María no tenía hijos dejó toda su herencia a sus ocho sobrinos, hijos de Ángela Unzué. Según Vicentini, en su testamento, María estableció que cuatro de ellos, las menores, heredarían las tierras y los otros cuatro los bienes muebles como podrían ser cuentas bancarias, obras de arte, entre otras. “Ella tomó esa decisión para que no se subdividiera la tierra en ocho, con la intención de que no se redujeran tanto las parcelas y se perdiera el valor de la tierra”, sostiene la historiadora.

Tras el fallecimiento de María en Buenos Aires el 18 de febrero de 1950, a los 88 años, las herederas vendieron la estancia a una empresa de origen estadounidense que tenía filial en Montevideo. “Esta compañía la compró con la intención de establecer allí un hotel casino, pero esto nunca se concretó. Estos no previeron que, en ese entonces, existía una ley en la Provincia de Buenos Aires que impedía instalar un casino en zonas alejadas de la ciudad”, explica.

Tras este traspié la empresa vendió todo y una parte de la familia intentó volver a comprar la propiedad, pero no consiguieron juntar el dinero. “El casco fue a remate y prácticamente fue un desguace”, cuenta Vicentini. Y aclara que este remate se hizo in situ y con la baja del martillo se vendieron pisos, ventanas, lámparas, picaportes, entre tantos otros objetos que pertenecían a San Jacinto. “Todo de gran valor porque eran materiales traídos de Europa”, cuenta.

Sin dudas, fue un final que su dueña nunca imaginó. “Todo quedó en manos del mejor postor y, tras haber vaciado el interior, la magnífica estructura del castillo fue demolida por completo”, finaliza la historiadora.

Por Silvina Vitale

Fuente: La Nación