Comedores: el desafío titánico de seguir dando de comer cuando los voluntarios contraen Covid
Para Angélica Urquiza, el Covid-19 era un enemigo invisible que la seguía de cerca, pisándole los talones. En la villa 20 de Lugano, donde vive desde que era una beba, los casos crecían y cuando tras los primeros síntomas el hisopado le dio positivo, el pánico se apoderó de ella. «Muchas familias dependen de este espacio para no irse a la cama con la panza haciéndoles ruido del hambre. Lloraba pensando qué iba a pasar si no podíamos continuar», cuenta Angélica, fundadora del comedor El Enano. Sin embargo, la organización familiar permitió que, durante el mes que estuvo aislada y con sus directivas a la distancia, las 210 personas que reciben sus comidas a diario no se quedaran con las manos vacías. Fue una odisea, pero posible.
En las últimas semanas, pequeños y grandes espacios comunitarios que brindan asistencia alimentaria en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano entraron en alerta por el aumento de contagios por coronavirus entre sus referentes y voluntarios, que en algunos casos resultó fatal. Una situación dramática en un contexto donde esa ayuda se volvió indispensable. Para continuar abiertos, tuvieron que poner en marcha distintas estrategias: desde organizar grupos reducidos de trabajo para evitar que, de haber un caso, todos los responsables se contagien al mismo tiempo; hasta trabajar 15 horas de corrido o pedir ayuda a familiares y vecinos.
Aunque muchos de los cocineros y responsables son personas que, por distintas patologías o su edad, se encuentran entre los grupos de riesgo, la mayoría decidió (y pudo) seguir adelante. Además, redoblaron su rol como espacios de concientización y contención dentro de los barrios, articulando con otras organizaciones y municipios para hacer llegar a los vecinos artículos de primera necesidad e información sobre las medidas de prevención. Pero no fue fácil. A la incertidumbre, el temor a los contagios y el estrés de una demanda que se disparó por las nubes, se sumó, en varios, la disminución de donaciones.
Desde el Banco de Alimentos de Buenos Aires, que cuenta con unas 1200 organizaciones beneficiarias, vienen registrando desde el inicio de la pandemia no solo el interrumpido aumento de la demanda por un plato de comida -inédito desde que empezaron a trabajar en 2002-, sino también de casos de coronavirus en los territorios donde están los comedores y entre sus miembros. Durante junio, de hecho, relevaron cierres de espacios en forma temporaria o sin fecha de reapertura establecida.
«De la base activa de organizaciones que teníamos en marzo, un 10% tuvo que cerrar porque no pudo sostener el servicio por alguna razón, pero el 90% sí lo continuó», explica Marisa Giráldez, directora general del Banco de Alimentos de Buenos Aires. Todos tuvieron que ajustar sus servicios a las medidas de prevención, por ejemplo, repartiendo bolsones o viandas para que los beneficiarios coman en sus casas.
Desde que abrió sus puertas, el comedor de Angélica siempre se abocó a preparar la cena. «Hace cuatro años, hablando con una chica en situación de calle, me dijo: ‘¿Sabes qué triste es cuando te querés dormir y tenés tanto hambre que no podés?’. A mí eso me chocó mucho», recuerda la fundadora de El Enano, que se sostiene gracias a donaciones y el apoyo de organizaciones como La Garganta Poderosa. «Todo es solidario», resume la mujer.
Previo a la pandemia, antes de las 20 la gente hacía la cola con sus tuppers. Actualmente, las voluntarias reciben los recipientes entre las 13 y las 14 para desinfectarlos, a las 18 comienzan a llenarlos y de 19 a 20 las familias los retiran. «Lo importante de dar tuppers para nosotros es que puedan comer en su casa: ese momento sagrado de compartir la mesa es lo que nunca quisimos romper«, explica Angélica, de 56 años, que además trabaja como auxiliar de portería en un colegio desde hace casi dos décadas.
El germen del comedor y de la asociación civil Construyendo Puentes, que creó Angélica y a la que aboca toda su energía, fue su mayor dolor. El 8 de julio de 2009, Kiki, uno de sus hijos que en ese momento tenía 17 años, desapareció. «Tres meses después, el 14 de septiembre, lo encontraron enterrado como NN en La Chacarita. Él y un amigo, Ezequiel, fueron asesinados por la policía federal», recuerda Angélica. De ese duelo nació La Casita de Kiki, un espacio cultural de dos pisos con apoyo escolar, talleres de género, acompañamiento a mujeres trans, entre otros proyectos. Durante la cuarenta, las siete cocineras de El Enano (todas vecinas del barrio) y sus ayudantes se organizaron en dos grupos para evitar las aglomeraciones, y otros equipos se repartieron el resto de las tareas.
Cuando Angélica, su marido y una de sus hijas se contagiaron de coronavirus estuvieron internados y aislados durante semanas. «Dos de mis otras hijas con una amiga, se hicieron cargo de todo. Las cocineras gracias a Dios no se contagiaron y el comedor no cerró ni un día. Tenemos muchos conocidos y amigos y cuando se necesita, siempre dan una mano», cuenta Angélica. Esa no fue, según explica, la suerte de otros comedores del barrio, que tuvieron que cerrar. Lo mismo pasó con algunas ollas populares.
«Me angustió tanto pensar que nos pudiera pasar eso que creo que me agravó la enfermedad. Los primeros días internada, me agarraban ataques de pánico. Pensaba en mis vecinitos, que para muchos es la única comida del día, en las cocineras que son madres solteras y vienen a cocinar para llevarse la comida», asegura Angélica.
El comedor está abierto de lunes a viernes. Los fines de semana entregan lo que pueden a las familias para que preparen en sus casas. No poder ir al comedor durante casi un mes, para Angélica fue «una tortura». «Me sorprendió cómo mis hijas y las vecinas llevaron todo adelante. Aprendí a delegar. Va, me obligaron», concluye con una sonrisa.
Cómo colaborar
- Comedor El Enano (villa 20, Lugano): De forma urgente, necesitan un colador industrial para los fideos. Además, ropa de abrigo, calzados, frazadas, sábanas, alimentos de todo tipo y productos de limpieza. Para los chicos y las chicas, galletitas, leches, pañales. Contacto: Angélica: 11-3648-9587
- Comedores del FOL (villa 1-11-14, Bajo Flores): Necesitan artículos de limpieza (como lavandina y detergente) y de higiene personal (alcohol en gel, guantes, mascarillas). Además, lentejas, pollos y alimentos de todo tipo para las ollas populares. Contacto: Cecilia: 11-5584-7638.
- Comedor Los chicos de Azul (villa Azul, Quilmes): Necesitan alimentos de todo tipo para poder preparar las viandas que entregan a las familias a las que asisten. Contacto: María: 11-2291-9166.
- Asociación civil Los Chicos del Arbolito (barrio Satélite, Moreno): Necesitan alimentos no perecederos, verduras y materiales de construcción para poder terminar el merendero que se inunda; frazadas y ropa de invierno. Contacto: Delia: 11-3483-4049. Facebook e Instagram: Asociación Civil Los Chicos del Arbolitos.
- Asociación Civil Sol Naciente (Barrio Illia, Bajo Flores): Necesitan alimentos, ropa de abrigo y zapatillas. Además, una membrana para el techo del comedor y un termotanque; lápices y cuadernos para los chicos y las chicas. A Verónica, que es enfermera, le gustaría además trabajar codo a codo con el Ministerio de Salud de la Nación para llegar con talleres de prevención a las familias del barrio: «Mi sueño es formarlos en salud», dice. Contacto: Verónica: 11-5707-2160.
- Comedor Comunidad Organizada (Barrio 31, Retiro): Necesitan materiales de construcción para poder mejorar el techo del comedor, cocina industrial, elementos de cocina y alimentos. Contacto: Franco: 11-3480-2812.
- Comedor Amigos del Padre Pepe (villa 21-24, Barracas): Necesitan alimentos secos para que las familias puedan comer los fines de semana en sus casas. Para el comedor, un freezer, heladera y horno eléctrico, ya que el costo del gas les está resultando muy elevado. Contacto: Mirna: 11-5329-2077.