Chile prohibirá los celulares en las escuelas
A partir del año próximo, en todos los establecimientos educativos de Chile no se permitirá el uso de los dispositivos

SANTIAGO, Chile.— Faltaba un día para que el timbre del Colegio De La Salle, en La Reina, en el oriente de esta ciudad, decretara el cierre del año escolar. Eran las ocho de la mañana y los estudiantes avanzaban hacia la entrada con paso corto, todavía aletargados por el sueño. Entre mochilas, saludos y los gritos de los más pequeños que ya corrían por los patios, se repetía un gesto que pronto quedaría fuera de la rutina: las manos que se dirigían al bolsillo para confirmar que el teléfono celular estaba ahí.
Al regreso de las vacaciones el año próximo, un nuevo orden regirá los establecimientos educativos de Chile: el uso de celulares quedará prohibido en educación inicial, básica y media. La regla aplicará en salas de clase y patios, salvo excepciones justificadas.
En la Argentina, hay regulaciones al uso de los celulares en las aulas, solo en algunos distritos como la ciudad y la provincia de Buenos Aires, Salta y Neuquén. Sin embargo, no hay una legislación a nivel nacional, como en Chile.
Catalina, estudiante de octavo año del nivel básico en La Salle, entraba con auriculares al colegio. Apenas cruzó el portón, los guardó sin hablar y se encogió de hombros: “No sé qué vamos a hacer si la mitad del curso vive en el celu”, dijo antes de apurar el paso. “Nos van a dejar incomunicados”, añadió, resignada.
El proyecto, que reunió siete mociones parlamentarias, ya había sido ratificado por el Senado y avanzaba a su tercer trámite. La discusión salió del Congreso y se instaló en las comunidades educativas, en un momento en que el celular dejó de ser un accesorio y se convirtió en parte estructural de la vida escolar y social de los adolescentes.
El psicólogo social estadounidense Jonathan Haidt planteó que la curva de ansiedad y depresión juvenil comenzó a elevarse a partir de 2010, cuando los smartphones se hicieron omnipresentes. En sus estudios sostuvo: “En el mundo real los padres sobreprotegen, pero en el virtual los dejan solos”.
En Chile, la Encuesta Bicentenario UC indicó que uno de cada cuatro jóvenes de entre 18 y 24 años se sentía solo con frecuencia, casi el doble que la población total. Mientras tanto, el chileno pasaba, en promedio, ocho horas y 36 minutos frente a una pantalla al día.
El ministro de Educación, Nicolás Cataldo, describió el fenómeno como “un flagelo sin control” y “una pandemia que afecta a niños y jóvenes” a nivel global. Según él, el uso intensivo “genera conductas que pueden confundirse con neurodivergencias” y aumentaba la exposición a “adicciones complejas, como las apuestas online”.
Confianza
En la vereda del colegio, Cecilia López caminaba junto a su hija. La niña no tiene celular propio y se comunica con sus amigas desde el teléfono de la madre. “La comunicación no fluye tanto porque no está disponible para revisarlo en cualquier momento, pero eso también le baja la dependencia”, contó. En las tardes, agregó, su hija practica deportes y realiza actividades presenciales. “No se hace imprescindible y le nace contarme las cosas. También es un voto de confianza”
Karina Catalán, otra madre, reconoce que la decisión no es sencilla para las familias: “En el mundo en que vivimos donde todo está conectado, donde todo es inmediato es difícil aceptar que se restrinjan los celulares en los colegios. Debería quedar su uso para los recreos y los horarios libres y así podemos seguir teniendo comunicación con nuestros hijos”.

Myriam Salazar, otra madre, se ubica en un punto intermedio: “Estoy de acuerdo que se prohíba el uso en el salón porque favorece que la clase se realice en forma correcta y sirve para que los niños estén concentrados, ahora es necesario para ellos tener acceso a un celular en recreos y tiempos libres ya que hoy las comunicaciones fluyen rápido”.
Estrategias
Mientras el país se alista para el cambio, algunas comunas ya habían probado estrategias propias. El alcalde de Lo Barnechea, Felipe Alessandri, impulsó una prueba piloto en el Colegio Bicentenario con estuches inhibidores de señal, hechos de material que bloqueaba llamadas, mensajes y notificaciones.
Cada mañana los estudiantes colocaban sus teléfonos en estos estuches y los cerraban con un candado de seguridad que solo podía ser abierto por docentes, en un mecanismo similar a los dispositivos antirrobo de tiendas. El desbloqueo se hacía al final de la jornada, utilizando desmagnetizadores.
“Estamos convencidos de que este es el camino correcto. No se trata de demonizar la tecnología, sino de enseñarle a nuestros niños y jóvenes que hay tiempos y espacios donde es necesario desconectarse para volver a conectarse con lo que realmente importa: el aprendizaje, la convivencia y el desarrollo de habilidades sociales”, dijo Alessandri a LA NACION.
El director del establecimiento, Humberto Garrido, acompañó el proceso. “Al comienzo había dudas y muchas preguntas, pero con el paso del tiempo ha sido un éxito la implementación, muy natural. Los estudiantes están entregando su celular y lo recuperan al final de la jornada”, afirmó.
Y añadió: “Aquí esto viene evaluado por la comunidad, por los profesores, por los asistentes de la educación, por los apoderados sobre todo, quienes están muy agradecidos. Y esto sin duda trae un beneficio tremendo de atención plena en clases”.
En el Colegio Pedro de Valdivia Las Condes, que integraba la red iInternational Schools Partnership (ISP), la prohibición se aplicaba desde hacía dos años. Su rectora, Soledad Villate Cano, señaló que el periodo había permitido observar patrones consistentes.
“Cuando los teléfonos están presentes durante toda la jornada, los conflictos presenciales se extienden de inmediato al espacio digital. Al restringir el acceso se reduce la continuidad del conflicto y se facilita la intervención adulta para orientar la resolución”, explicó. Observaba también cambios en los patios: “Los grupos se forman por vínculo y no por pantalla”.
“Hay cursos que requieren cajas para guardar los celulares desde el inicio de la jornada, mientras que en otros la supervisión es suficiente para que los estudiantes cumplan”, dijo Villate Cano, quien destacó el papel de los apoderados: “La medida tiene más posibilidades de éxito cuando las familias comprenden el propósito y se alinean con él”.
Contexto
Desde la Universidad Gabriela Mistral, Fernanda Orrego, directora de la Escuela de Psicología, planteó el desafío pedagógico del proceso: “Es verdad que en distintas realidades utilizan el celular para la comunicación y no solo para la interrupción o distracción. Para todo ese contexto en que se necesita estar más comunicado por seguridad, por alguna dificultad personal, van a tener que aplicarse las excepciones de la ley, pero toda esa aplicación va a tener que reconocer el contexto específico de cada colegio”
Desde la Universidad Diego Portales, Ruth Arce, directora de Pedagogía en Educación Media, apuntó al proceso cognitivo como el principal beneficiado: “Cuando los estudiantes dependen del celular pierden continuidad atencional. El estímulo permanente es demasiado fuerte para el proceso de aprendizaje”. Y advirtió que la aplicación debía adaptarse a la diversidad del sistema educacional: “La peor decisión sería aplicar medidas igualitarias sin considerar las características del contexto, porque no es lo mismo una escuela rural cuyos estudiantes viajan largas distancias que un colegio urbano con múltiples vías de contacto”.
En La Salle, un niño de sexto básico golpeaba su bolsillo por reflejo. El celular vibraba, pero no lo revisaba. Era el penúltimo día de clases y ese gesto pronto será parte del pasado. Cuando termine el verano, estudiantes de todo el país cruzarán el portón sin pantallas a la vista. La mano quizás vuelva al bolsillo y no encuentre nada.
Catalina lo consideró: “Igual puede ser bueno”. Y concluyó:“Quizás volvamos a conversar más”.
Por Víctor García
Fuente: La Nación